Un pueblo alegre, desenfadado y muy ameno tiene Brasil

Así como remarcamos las cosas que, por lo general, no trascienden sobre la corrupción en torno al Mundial, y para que ustedes tomen una dimensión de lo que sucede en Brasil mostramos informes algo crudos, pero no todo es malo en Brasil, ya que el país organizador de la Copa del Mundo tiene un pueblo maravilloso, una gente de lo más simpática y agradable.

Por 2012 estuvimos con integrantes de la banda tribunera haciendo una especie de sondeo sobre cómo los brasileños encararán el Mundial y nos trajimos a Buenos Aires muy buenas anécdotas.

Marcelinho era nuestro líder en esta expedición por Brasil, ya que no hablamos ni entendemos una palabra de portugués; el «Negro» como le decimos cariñosamente, nos hizo de traductor en todo lo que pudo, pero se salió con las suyas.

Nos hizo caminar desde el MASP (Museo de Arte de San Pablo) con 38º hasta el estadio Pacaembú.

Es espléndida la Av. Paulista, está llena de comercios, turistas, y tiene mucha vigilancia policial. Marcelinho le preguntó a un policía si faltaba mucho para llegar al Pacaembú y la clásica respuesta era «allá abajo».

-Pero ¿todo es ahí nomás y allá abajo para los brasileros?- le pregunté, ya harta de caminar a Marcelinho. Éste se rió y dijo «acá todo es acá nomás y podés caminar 15 kilómetros».

No llegábamos más, hasta que luego de preguntar y preguntar llegamos al Pacaembú. Caímos por la parte de atrás, y un guardia, muy amable nos indicó dónde era la entrada al museo del estadio.

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Caminamos como burros por una subida, el sol y el calor eran agobiantes; bajamos una empinada escalera, gigante por cierto, y quedamos en la puerta del Paceambú, por fin.

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Al llegar, una chica, con menos onda que un pelo lacio, le dice a Marcelinho «No hay electricidad, vamos a cerrar». Faltó poco para que nos pongamos a llorar de bronca.

En compensación, nos dejaron entrar a una de las graderías, donde hicimos notas, luego, nos fuimos a un parque, ubicado a unos metros del estadio. Estábamos muertos de sed, entonces fuimos a una combi, Marcelinho pidió 3 vasos de medio litro de jugo de caña con ananá; mientras los brasileños que atendían el negocio callejero nos preparaban los «sucos» (jugos) se acercó la cajera, una señora no muy mayor, de manera agradable y nos dijo «de presente para os gringos», es decir, «un obsequio para los extranjeros».

Nos preguntaron de dónde éramos y qué estábamos haciendo, luego remataron con un «Bienvenido». Historias de este estilo, hay para contar por docenas.

Daniela Maruti

@lostribuneros

 

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