El fútbol argentino, ese hermoso y caótico sainete que nunca deja de sorprender, acaba de escribir uno de sus capítulos más insólitos, vergonzosos y, por qué no, hilarantes. La AFA de Claudio «Chiqui» Tapia, con la discreción de un elefante en una cristalería, decidió proclamar a Rosario Central como «Campeón Anual» de la temporada 2025. Un título que, parafraseando a cualquier reglamento serio, simplemente no existía.
La excusa es tan endeble como el papel de acta que lo oficializó: reconocer la «regularidad anual» de Central, por ser el mejor en la tabla acumulada. Es decir, se tomó una estadística de la que nadie se había percatado que otorgaba un premio y, de la noche a la mañana, se le colgó una medalla a un equipo sorprendido. Ni el DT Ariel Holan ni los propios jugadores sabían que estaban compitiendo por otra cosa que no fuera clasificar a las copas o por los torneos que sí estaban en el reglamento: Apertura y Clausura.
La Consagración «Take Away»
El episodio de la entrega es la estocada final a la poca mística que le quedaba a este deporte. No hubo cancha, no hubo fiesta, no hubo sudor de un partido épico. Hubo una fría oficina de la Liga Profesional, una foto con el trofeo —que debe haber sido diseñado y encargado en un delivery de último momento— y caras de incredulidad. Fue el primer «campeonato de escritorio» en la historia que se entrega con el mismo glamour que la licencia de conducir. El fútbol como deporte de masas ha sido reemplazado por el fútbol como mero trámite administrativo.
La reacción fue unánime: la bronca de los clubes, el rechazo formal de Estudiantes de La Plata que desmintió cualquier votación, y la explosión de memes que, una vez más, demostraron que el humor ácido de la tribuna es más honesto que cualquier comunicado institucional. La «Copa secada de nuca» y el «trofeo Take Away» son el digno epitafio que las redes sociales le dedicaron a esta coronación improvisada.
¿Reglas para qué?
Lo verdaderamente grave no es el premio en sí, sino el mensaje institucional: el reglamento es una sugerencia. Para la AFA, reformar las reglas sobre la marcha y suspender una competencia oficial (la Supercopa Internacional) para hacerle espacio a un título inventado, es una muestra de una dirigencia que opera con la lógica de un almacén de barrio. ¿Cuál es el valor real de un torneo si sus reglas pueden ser modificadas por un capricho o una conveniencia de último minuto? Se devalúan los logros genuinos y se siembra la duda sobre la transparencia.
Central es, sin duda, un digno ganador de esa tabla, y su hinchada tiene todo el derecho de celebrar el mérito deportivo. Pero el modo de la consagración no hace más que confirmar que en el fútbol argentino la institucionalidad está en coma. Se premia la regularidad, sí, pero se castiga la seriedad.
En un ambiente donde las reglas se inventan a la hora de cobrar, este «título anual» es un espejo que nos devuelve la imagen de un fútbol donde la competencia real ha quedado relegada ante el gesto político. Y si el premio a la regularidad es un título sin historia, sin festejo en cancha y sin estar en el reglamento, entonces lo que se está premiando es la irrelevancia.
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