El país donde me crié me trae unos recuerdos que jamás podré olvidar. Ahora, treinta años después cada uno de ellos comienza a venir a mi mente como una película, y por la edad, voy comprendiendo muchas cosas.
«Pat y el Enano Caliente». Siempre hago ese chiste cuando me preguntan cuál es mi película favorita. Obviamente, aunque hubiese querido verla no hubiera podido ya que era menor de edad. Tenía apenas 15 años cuando en las transmisiones de partidos de fútbol los locutores comerciales promocionaban películas pornográficas que eran lanzadas por el famoso cine Luxor, ubicado a pasos del municipio montevideano.
Uruguay está visto como un país de avanzada por sus innovaciones en lo humano y sus desprejuicios. Mientras aquí en Argentina la iglesia prohibía hablar de algo tan pecaminoso como el sexo, con 14 años ya estaba aprendiendo en la secundaria métodos para prevenir enfermedades de transmisión sexual, en Montevideo.
Oías un partido de fútbol y los locutores promocionaban, además, condones, cuando la FIFA estuvo a punto de sancionar a un club alemán por tener estampada en su camiseta una publicidad de una marca de preservativos, lo que fue un escándalo. Uruguay, no tenía problemas e iba al frente.
El pequeño país de un corazón gigante como el Brasil que me vio nacer, tiene esas cosas maravillosas. Para el Mundial de Inglaterra 1966 la prensa británica se asombraba por ver a delegaciones, en este caso, como la de Uruguay, dónde los futbolistas negros tenían los mismos derechos que los blancos y eran tratados de igual a igual, cuando en el «Primer Mundo» debían subir al colectivo por la puerta de atrás y en competiciones iban al cuarto de los negros, y debían comer apartados.
Publicidades de albergues transitorios o «telos» como decimos en Buenos Aires, eran, y creo que lo son, moneda corriente en las transmisiones futboleras.
Recuerdo el «Hotel Oriente, Nueva York y Rondeau», o algún remedio para aumentar el vigor sexual. Algo que hoy en día más de un porteño que peina canas y que tuvo la chance de haber estado en Uruguay recuerda esto con asombro y admiración.
País de gente cordial, solidaria y amable… hasta que comenzar a hablar de algo que genera una pasión impresionante: el fútbol.
Reconozco que en Uruguay despierto envidia en hinchas de clubes como Nacional o Peñarol, es que ellos no soportan que yo sea hincha del único grande de allí: El Tanque Sisley. Bue… se terminó el alcohol, volveré a la realidad, jeje.
Marcelinho Witteczeck
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