¡Una inmundicia! Madryn y Morón a las trompadas tras el pitazo final

Señoras y señores, lo que se vivió en el Estadio Abel Sastre no fue fútbol. Fue una vergüenza encapsulada, un bochorno televisado que nos recordó, con un golpe seco y el picante aroma del gas pimienta, la decadencia que a veces se disfraza de «pasión» en nuestro deporte.

El escenario era una semifinal del Reducido de la Primera Nacional, esa instancia donde se supone que el sueño del ascenso debería elevar la calidad del espectáculo, no hundirlo en el fango de la prehistoria. Deportivo Madryn avanzó, sí, gracias a un empate 1-1 en el global y la «ventaja deportiva», esa fría burocracia que evita los penales. Pero en lugar de celebrar con un apretón de manos, el pitazo final fue la señal de largada para una batalla campal digna del Circo Romano, pero sin la dignidad de los gladiadores.

 

El Gas Pimienta Como Telón Final

 

Apenas el árbitro liberó el aire con su silbato, la frustración de Deportivo Morón, sumada a las tensiones previas por arbitrajes «polémicos» (léase: excusas para la histeria), explotó. El capitán de la frustración, Gastón González, se puso a la cabeza de una embestida que transformó el césped en un cuadrilátero. Puñetazos, patadas, empujones. La imagen fue clara: profesionales comportándose como barrabravas sin camiseta.

Y ahí, en el punto álgido de la salvajada, llegó el toque de surrealismo y escándalo: la policía intervino con gas pimienta. Sí, en lugar de un operativo de contención profesional, se optó por una rociada tóxica que dejó a varios jugadores de Morón, incluyendo al arquero Julio Salvá, tendidos en el césped, frotándose los ojos, sufriendo las consecuencias de una represión tan desmedida como el conflicto original.

El fútbol argentino, en su máxima expresión de desesperación, obligó a un jugador a elegir entre la humillación de la derrota y el ardor químico en la retina. Es un nuevo nivel de miseria deportiva.

 

El Círculo Vicioso de la Miseria

 

La batalla no fue un rayo en cielo sereno. El informe menciona «antecedentes de violencia» en Madryn, «agresiones graves y heridas con arma blanca» en otros contextos. Es el caldo de cultivo perfecto: si la violencia está normalizada en la tribuna, ¿por qué no lo estaría en el campo cuando la presión es máxima?

Estamos hablando de un partido que debía definir un ascenso a la Liga Profesional, el pináculo de la ilusión económica y deportiva. Y lo que obtuvimos fue un video viral de golpes y un olor agrio a fracaso institucional.

No es fútbol. Es la demostración de que la presión por el resultado ha pulverizado todo vestigio de fair play, de respeto y, francamente, de sentido común. Lo sucedido en Madryn es un papelón histórico, una mancha de pimienta y vergüenza en el expediente del ascenso. Porque cuando se usa el puño en lugar de la pierna, y el gas pimienta en lugar del reglamento, la única cosa que realmente asciende es la náusea.