Cuando un gran jugador como Carlos Tévez se va lejos del primer mundo futbolístico, se sumerge en un mar de dudas. Que a dónde va, que para qué, que cómo se adaptará, que si le afectará su carrera y, más importante, su vida personal. Todas esas preguntas se hacían más reiteradas cuando se conocían desde China sus pocas y flojas actuaciones en el Shanghai Shenhua, sus lesiones, sus idas y vueltas dentro y fuera de la cancha.
Pero el «Apache» volvió, y contra lo que se pensaba, con su poderío intacto. Primero en los amistosos del pobre verano de Boca, con un empate y dos derrotas, una con River. Y sobre todo en la noche del sábado, cuando su amado azul y oro contó con su buen nivel para derrotar a Colón y seguir firme arriba de la Superliga. Participó en varias jugadas de peligro, especialmente en el primer tiempo, y tuvo otras tantas para convertir, incluida una negada en la línea. Jugó los 90 minutos, aguantó como si no tuviera 33 años el calor, la dura marca rival, el peso del encuentro. Jugó en el medio, detrás de los de arriba, y con la salida de Walter Bou de delantero, preocupando siempre a la defensa contraria.
En una palabra, Carlos Tévez, el ídolo xeneize, lo sigue siendo hoy en día. Tras tantas preguntas, tras tantos kilómetros corridos y recorridos, quedó claro que de a poco va recuperando el prestigio que supo forjar y que había decaído en la mediocre liga asiática. Tévez está, que nadie lo descuide.
Diego Martín Yamus.
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