No pudo ser más humillante la derrota, por más que el tablero haya marcado empate, que fue la eliminación del Sub 23 argentino de los Juegos Olímpicos. Ante un país inferior como Honduras, que además no mostró una gran potencia, errando un penal, regalando dos, igualando en el segundo minuto de descuento, siendo superado en pasajes por un equipo que defendió más de lo que atacó. Con cuatro puntos sobre nueve, con un asustado 2-1 a Argelia, con una derrota sin atenuantes ante Portugal. Y con el agravante de ser la primera caída en la fase inicial desde… 1964, en Tokio.
Pasan los jugadores, pasan los técnicos, todo pasa, diría don Julio. Lo que no pasa, lamentablemente, es la pésima imagen, en caída libre, del fútbol argentino. Casi no se compite en el fútbol masculino por una AFA que estuvo en otra, que miró de costado el asunto, como mira de costado todo lo que no sea dinero, poder, desorganización. Una AFA que no es capaz hace años de un proyecto para la Selección, para (más grave aún) sus bases, sus juveniles, que ni tenían técnico para ir al campeonato de L´Alcudia, en España. Que no tenían para ir a defender en Río 2016 el título brillantemente obtenido en el verano de 2015 en Uruguay, que los llevó al gran evento deportivo. Que no tenían, peor, equipo, futbolistas, estructura. Aclaramos que es el mismo país que en los 2000 ganó dos medallas de oro, el mismo que hace 30 años fue campeón mundial en México, ese recuerdo del que desgraciadamente seguimos viviendo.
Muy bien, tras los líos por la no cesión de jugadores, las bajas de otros, la renuncia correcta de Gerardo Martino, que no quiso ser más cómplice de estos disparates, se juntaron 18 almas, algunas consagradas, que no formaron nunca un conjunto, que tuvieron grandes problemas para generar juego, para marcar, al menos para poner peligro. Se cayó bien con Portugal, se ganó mal ante un tal Argelia. Y se arrodilló ante otro tal Honduras, por más que el once centroamericano posea cierta calidad, nunca superior a toda la que cuenta Argentina. El entrenador de emergencia, el nobilísimo Vasco Olarticoechea, intentó ser el capitán de un barco que ni estaba en condiciones de zarpar, pero que tuvo que hacerlo para no ser sancionado. Si hasta los dirigentes de la AUF esbozaron que Uruguay, tercero en el Juventud de América, estaba listo para reemplazarlo.
Las causas de semejante humillación pueden buscarse en dos puntos: el interno y el del propio equipo. En lo interno, ya sabemos de sobra qué se puede esperar de un ente rector, que de rector no tiene ni la puerta. Qué se puede esperar si aún no se conoce qué bendito día empezará el nivel local. Apenas se sabe cómo se jugará, constante ridículo de la casa madre, siempre y cuando no se cambie a último momento, como todo en nuestro fútbol. Ya quedó dicho lo de los juveniles, que quién sabe cómo encararán la previa a los Sudamericanos Sub 20 y 17 de pocos meses. Pero, también, es justo exponerlo, el flojo trabajo de una selección llena de talento, de figuras, de jugadores expertos, es responsable. Calleri, gran goleador en Boca y Sao Paulo, hizo poco, sólo un gol nada vistoso contra Argelia y hoy erró un tiro imposible, solo en el área. Correa, de quien no se niega su habilidad, no fue capaz de acertar un tiro penal cuando el partido y la situación más lo pedían. Simeone, vendido a Italia, pesó muy poco en los minutos que estuvo. Lo Celso, por más genio que sea, no se mostró a su altura. Pavón alternó ratos de su brillo boquense con otros de desaparición. Espinoza nunca termina de afirmarse. Graves problemas en el fondo, que salió mal, regaló pelotas, dejó espacios bien aprovechados por rivales de poco peso que así le marcaron cuatro goles. Sólo la voluntad de Ascacíbar, este chico de Estudiantes con futuro de Mundial, y las atajadas fabulosas de Gerónimo Rulli, más allá de su error con Portugal, pueden rescatarse como para el futuro. Porque, al menos, este equipo debería servir para el futuro, para nutrir a la mayor, bastante desnutrida por cierto. ¿Pensará la AFA en ello? Porque un Sub 23 sirve para algo más que para ganarle a Honduras en los últimos minutos para seguir con chances de medalla.
Así las cosas, era obvio el final. Por más que duela, por más que nadie quiere el mal de la Selección, así sucedió. Entre el caos insoportablemente clásico de lo dirigencial, que ya harta, y el flojo nivel de los propios actores, que parece una enfermedad contagiosa de los mayores, Argentina vuelve a tomarse la cara de la vergüenza por un resultado que, aunque estuviera cantado, no deja de ser deshonroso. Es cierto, no íbamos a pretender que después de perder un Mundial y dos Copas América, este remendado, milagroso Sub 23 llegara a una medalla, defendiera los logros de Tévez en 2004 o de Messi y su elenco en 2008. Mucho menos, tirarle el fardo de mantener el prestigio, el poco que queda, del balompié albiceleste. Ese que cada día se sigue muriendo, o mejor dicho, lo siguen matando, noqueando. Como sea, como es, volvemos a padecer, a sufrir una eliminación. Una derrota, y por goleada. Aunque el tablero hoy haya marcado empate.
Diego Martín Yamus
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