El clásico entre River Plate y Racing Club por la Copa Argentina no fue fútbol: fue la confirmación de que en el fútbol argentino, el morbo vende más que el juego y el escándalo es el verdadero plato fuerte. River ganó 1-0 con la lógica del dinero y la posesión, pero lo que realmente importó fue el show de la traición, la bronca tribunera y la incompetencia arbitral.
El Gol de la Venganza y la Hipocresía del Respeto 🐍
Maximiliano Salas tardó cuatro minutos en cobrarse su propio pase a River. Su gol fue el castigo perfecto para la hinchada que lo repudiaba, y su «respetuoso» gesto de no celebrarlo fue la cereza del postre: un acto de profesionalismo corporativo que, de paso, le sirve para quedar bien con su nuevo público mientras la Academia lo tilda de «traidor». Los fanáticos de Racing, entre bengalas y zapatillas voladoras, demostraron que su memoria es corta y su odio, visceral. El hit de «El que no salta es un traidor» es el resumen perfecto de la pasión argentina: la camiseta está por encima de cualquier acuerdo contractual.
El Descontrol de Racing y la Tolerancia Arbitral 💥
El equipo de Gustavo Costas pareció jugar el partido con un ancla en la mitad de la cancha y la cabeza en el vestuario. Apenas un 30% de posesión y tres remates al arco contra nueve de River.
Pero el protagonista negativo fue Adrián «Maravilla» Martínez. El delantero de Racing hizo un curso intensivo de cómo complicar a tu equipo:
- Codazo perdonado: Mastrángelo le dio una clase magistral de impunidad al mostrarle solo amarilla por un codazo a Portillo en el primer tiempo.
- Expulsión inútil: Ya en el descuento (¡el tiempo adicionado fue un acto de bondad del árbitro!) «Maravilla» se fue expulsado, confirmando que la disciplina en Racing es una utopía.
River, por su parte, se llevó la clasificación con lo mínimo indispensable y el sello de efectividad, mientras que la Academia se hunde con el orgullo herido y la sensación de que el resultado, por ajustado, fue merecido.
El Tumulto Final: El Escupitajo y la Indignación de Gallardo 😡
El final del partido fue un sainete de fricción y patetismo. La cereza podrida del escándalo fue el cruce entre Marcos Acuña (otro «traidor» silbado por la gente de Racing) y Adrián Balboa. El escupitajo de Balboa a Acuña resumió la tensión de un clásico que se juega más con la bilis que con la pelota.
Que Marcelo Gallardo tenga que saltar al campo no para celebrar, sino para separar a sus jugadores de una pelea de barrio, habla del nivel de descomposición emocional con el que se jugaron estos cuartos de final. Al final, River avanzó a semifinales. Racing, en cambio, se llevó la vergüenza de un clásico perdido, un jugador expulsado por bronca y la certeza de que el fútbol, a veces, es solo una excusa para el circo.