Nadie, ni el más triunfalista argentino, hubiera predicho que la magullada Selección de Bilardo llegaría a su segunda final, menos en estas condiciones, menos tras su derrota inicial con Camerún. Sin embargo, ese 8 de julio en el Stadio Olímpico de Roma la albiceleste estaba ahí frente a la máquina Alemania, como cuatro años antes en México 86. Y como cuatro años antes, iba por la gloria. Aunque estuviera disminuida por suspensiones, el golpe semifinal a Italia era un envión que permitía soñar con el bicampeonato.
Pero esta vez Argentina era punto. Sin pilares como Giusti (expulsado con los italianos), sin Batista, Olarticoechea y nada menos Caniggia por dos amonestaciones, con Maradona, Ruggeri y Burruchaga en inferioridad, con cinco goles en cincco partidos contra los 14 germanos. Que encima contaban con Rudi Voeller, lesionado en la dura semifinal ante Inglaterra. Y con la mayoría de las casi 74.000 personas asistentes a su favor, entre compatriotas y los envidiosos locales que querían revancha de su caída en lo ajeno.
El partido aquel atardecer romano, tarde fría y lluviosa nacional, empezó mal antes de que la pelota rodara, cuando el himno argentino fue estruendosamente silbado por los mal educados anfitriones. Y desde el pitazo del uruguayo nacionalizado mexicano Edgardo Codesal, fue difícil de aguantar para la Selección. Por las ausencias, Bilardo volvió a los cinco defensores con el reingreso de Lorenzo y Sensini y apostó acertadamente a refugiarse y contraatacar con lo que pudieran Diego y el solísimo, frío Gustavo Dezotti. No sólo no salió, además Alemania fue eficaz, sólido, fluido y asustó varias veces a Goycochea. Thomas Haessler fue imparable en el medio junto a Lothar Matthaus y Pierre Littbarski, y ellos más los laterales Berthold y Brehme conectaban con los profundos Voeller y Klinsmann.
Así el desarrollo fue un frontón argentino donde los de Franz Beckenbauer estrellaban su dominio. Antes de los 15 minutos habían llegado cinco veces, de las que Voeller perdió tres claras. Bilardo gritaba a los del medio presionar más arriba, pero los germanos recuperaban y corrían rápido. Era lógico que Argentina ni se asomara al área del arquero Illgner, tanto que sus únicas dos ocasiones fueron sobre el cierre de esos 45 un tiro libre alto de Maradona y un raro rechazo de Brehme que el golero debió esforzarse para sacar.
Todo igual, exacta y duramente igual fue en el reinicio. Monzón ocupó el lugar de un Ruggeri que no pudo con su pubalgia. Littbarski dos veces, Berthold, Brehme y Klinsnmann perdieron clarísimas chances. Para colmo de males, a los 20 minutos Monzón le entró fuerte a Klinsmann y dejó a su equipo con diez hombres. Siguió mejor Alemania, desperdiciando más posibles goles. Ni otro refresco, Gabriel Calderón, logró adelantar a Argentina ni contener el ir y venir alemán. Hasta hubo un dudoso penal, el primero de los tres de la tarde, de Goycochea a Augenthaler ignorado por Codesal. Pero…
Toda final tiene un pero. De a poco, los europeos empezaron a perder ritmo, si bien dominantes no tan punzantes. La acurrucada Selección de pronto salió y en jugada aislada, Calderón fue cclaramente derribado por Matthaus en el área, pero el juez volvió a mirar para otro lado. Los pocos hinchas también se animaron con el «vamos vamos Argentina» y un atrevido «la vuelta vamos a dar». Cerca del cierre, Basualdo, el más regular de los once, se metió en el área y fue el ingresado Reuter quien lo cortó justo.
Y de golpe, la novela de la final tuvo su desenlace más inesperado. Esa genial Alemania no necesitaba de un jugador número 12 para ganar con absoluta justicia. Pero a los 40, Matthaus envió pase para Voeller y Sensini quiso cruzarlo yendo al balón, el delantero tropezó y Codesal imaginó un penal que enloqueció a los argentinos alrededor suyo. El país esperó un último milagro de Goyco, y casi es, pero Brehme redondeó una actuación perfecta con una ejecución notable para el triunfo y el tricampeonato.
Las cartas estaban echadas. Sólo hubo tiempo para que Dezotti culminara su pobre tarea con un puntapié a Kohler que le valió su expulsión, junto con la de Monzón las dos primeras en una decisión mundial. Y ganó el mejor, de la peor manera, pero el mejor. Y perdió el mejor, aunque sea difícil de entender. Como lo fue para los jugadores que no tenían consuelo ni siquiera en la tarima de premiación. Porque hasta en eso Argentina fue grande. Aún con un milagrosso segundo lugar, estaba triste. Pero esos subcampeones matemáticos fueron tan campeones como los de México 86. Por algo a la noche siguiente la gente los recibió con apoteosis, bombas de struendo, cantos y alegría cuando salieron al balcón de la Casa Rosada, la misma imagen del 86. No todos los días se juegan dos finales del mundo. Y ese grupo, incluido el gran Carlos Bilardo y sus ayudantes, lo hicieron. A pesar del 0-1, ellos esa tarde fueron otra vez campeones.
FICHA DEL PARTIDO
Copa del Mundo de la FIFA Italia 1990
Final, domingo 8 de julio de 1990
Alemania Federal 1-0 Argentina
Gol: Brehme penal 85’ (AF).
Estadio: Olímpico (Roma). Arbitro: Edgardo Codesal (México).
AFE: Illgner; Berthold, Augenthaler, Kohler, Buchwald, Brehme; Haessler, Matthaus, Littbarski; Voeller y Klinsmann. DT. Franz Beckenbauer.
ARG: Goycochea; Lorenzo, Simón, Serrizuela, Ruggeri, Sensini; José Basualdo, Troglio, Burruchaga; Dezotti y Maradona. DT. Carlos Bilardo.
Cambios: 46′ Monzón por Ruggeri (ARG), 53′ Calderón por Burruchaga (ARG) y 73′ Reuter por Berthold (AFE).
EXPULSADOS: 65′ Monzón (ARG), 88′ Dezotti (ARG).
Vea el penal, sólo para sacarse la duda:
Diego Martín Yamus.
diegoanita@hotmail.com.ar
@lostribuneros