Alguna vez el gran Carlos Bianchi, técnico ganador del mundo con Vélez Sarsfield y Boca Juniors, lo dijo. Palabras más o menos, no era lo mismo dirigir a un club que juega cada fin de semana a hacerlo con una selección, donde se juega cada tanto, donde los futbolistas no son siempre los mismos, donde se encuentran poco en el día a día.
Gran visionario el «Virrey», como se lo apoda. Es así. Desde hace décadas, especialmente a partir de los 90, el fútbol entre selecciones ya es un acontecimiento fuera de serie, no algo común y corriente como antes. Y eso que la FIFA se puso firme con reglas de cesiones de jugadores, o con la famosa fecha que obliga a los clubes a cederlos, sobre todo los de Europa, que parecen poseer una corona como pasó hace poco con la Premier League inglesa y los citados de Argentina. Pero es notorio que es al menos difícil de analizar un partido entre dos combinados de 11 que no se ven hace rato, más allá de un trabajo de seguimiento de los entrenadores. Que ni siquiera se disputan en suelo de uno de ellos, por ejemplo puede haber un Alemania-Uruguay en Suiza, o un Argentina-Dinamarca en Londres o donde a los protagonistas les quede más cerca.
Entre todos estos factores, los encuentros internacionales son para mirar con tranquilidad, para tomarlos con pinzas, salvo si están en el contexto grande como sería el de una Copa América o un Mundial, donde esos factores se disuelven: los jugadores conviven durante muchos días, las formaciones varían poco, los partidos entran en un lapso de un mes. Se puede ser feliz o fracasar igual, se puede ser ganador de una eliminatoria y caerse a la primera de cambio de un Mundial. Pero para que el hincha lo piense, jugar país contra país ya no es lo mismo. Como dijo el sabio virrey.
Diego Martín Yamus
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