Nombrar a Qatar, uno de los países de la Península Arábiga, es hablar de riqueza infinita, gas, petróleo, turismo. Pero en el fútbol, era un mediocre convidado de los más importantes de la zona y del continente asiático. Hasta que con un proceso a conciencia, el próximo organizador del Mundial también contribuyó a la riqueza del país, con buenos resultados y la cumbre del título de la Copa de selecciones este año.
Qatar cuenta una larga vida en el balompié, pero eso no le trajo grandes frutos. Recibió el deporte en los años 40 y 50, cuando los trabajadores petroleros lo practicaban en los campos que compartían con los británicos, quienes eran colonizadores del territorio. Así nació la Qatari Football Association (QFA) en 1960, y en 1963 se creó la liga de clubes de Primera División y su segunda, con sólo nueve equipos. Pero la Federación se afilió a la FIFA recién en 1970 y a la Confederación de Asia (AFC) en 1972. Entonces dio el primer paso en el campo internacional. Fue en la Copa del Golfo, tradicional certamen regional, cuando el 27 de marzo de 1970 debutó con una derrota 1-2 con Bahrein, finalizando cuarto y último en su zona.
Por décadas ése fue el termómetro del conjunto marrón. Lejos de las potencias como Irak o Arabia Saudita, más aún de Corea del Sur o Japón. Participó con frecuencia en la Copa Asia desde 1980, pero apenas alcanzó los cuartos de final dos veces, en 2000 y en su tierra en 2011. Desde 1977 tomó parte en las eliminatorias para el Mundial, pero sólo estuvo cerca de llegar en 1989, cuando quedó afuera por un punto con Emiratos Arabes Unidos, y en 1997, cuando una inoportuna derrota de local con Arabia lo dejó afuera. Mansour Muftah, Mahmoud Al Soufi o Mohamed Al Enazi eran las figuras de un equipo deslucido, dirigido por muchos brasileños como Evaristo Macedo. El único hito en esos primeros años fue la estupenda actuación de la selección Sub 20 en la Copa del Mundo de Australia en 1981, donde tras eliminar a Brasil e Inglaterra fue subcampeona de la poderosa Alemania Federal.
Más adelante, Qatar pareció surgir con sus primeros títulos. El inicial fue la Copa del Golfo de 1992, que repetiría en 2004 y 2014, y luego en 2006 los Juegos Asiáticos que organizó. Fue anfitrión del Mundial Sub 20 de 1995, que heredó de la sede original Nigeria, donde no pasó la primera ronda y fue el escenario que vio a la Argentina de José Pekerman conseguir el brillante campeonato, alentándolo con las famosas frases «Qatar everything» y «Qatar no problem». Y el 2 de diciembre de 2010, vivió su primer gran momento cuando la FIFA, en oscuro proceso, lo designó organizador del Mundial de 2022.
Sin embargo, Qatar no justificaba el regalo. Pobres resultados, siempre último o en mitad de los grupos de las distintas competencias. A pesar de contratar con el dinero a técnicos de renombre: el uruguayo Jorge Fossatti, los franceses Philippe Troussier y Bruno Metsu, los brasileños Sebastiao Lazaroni, Paulo Autuori, el serbio Milovan Rajevac. Hasta que en 2017 fue nombrado el español, entonces desconocido, Félix Sánchez, un hombre de la famosa escuela La Masía del Barcelona. El catalán se hizo cargo de todas las selecciones y la clasificó a la última ronda previa a Rusia 2018. Aunque quedó sexta y última, estar allí le valió el pase a una nueva Copa Asia, la de Emiratos Arabes Unidos, donde no partía como favorito de nadie.
Pero Qatar y Félix Sánchez les taparon la boca a todos. Tras una primera fase con tres triunfos, incluido un 6-0 con Corea del Norte, el equipo empezó a llamar la atención, lo mismo que su goleador ALmoez Ali, un joven de 22 años que le hizo cuatro a los norcoreanos. Pero lo mejor vino después: victorias resonantes en octavos de final sobre Irak, en cuartos sobre Corea del Sur y en semifinales un rotundo 4-0 al local para arribar a la primera final de su historia, ante el poderoso Japón.
Ese 1 de febrero en el estadio Sheik Zayed Sports City de Abu Dhabi, casi 37.000 personas creían un triunfo japonés. Nada de eso: antes de la media hora, Almoez Ali a los 12 y Abdulaziz Hatem a los 27 pusieron un 2-0 espectacular. El descuento de Minamino a los 69 hizo peligrar la hazaña, hasta que el otro joven destacado, Akram Afif, marcó a los 83 un 3-1 que quedará para siempre en su memoria y en la del mundo futbolero, que ese verano se conmovió con la gran sorpresa. Los hacedores de esa tarde fueron Al Sheeb; Correia, Abdelkarim Hassan, Khoukhi (Al Hajri 61′), Hatem,Madibo, Salman, Hisham, Al Haidos (Boudiaf 74′), Almoez Ali (Alaa Eldin 90′ +6) y Akram Afif.
No quedó ahí la gran victoria qatarí. Con semejante logro fue a la Copa América de Brasil, adonde había sido invitado sólo por cuestiones de relaciones con la CONMEBOL y no por sus méritos deportivos. Igual justificó su convite con una buena actuación, empatándole a Paraguay tras ir 0-2 y poniendo en riesgo a Colombia (0-1) y Argentina (0-2). Y de paso, recibiendo un nuevo pase a la Copa sudamericana, la de 2020 en Argentina y Colombia. Es una gran, grata sorpresa para el mundo futbolero. Tal vez para Qatar no. Porque gracias al fútbol, no sólo al petróleo, es el nuevo rico de Asia.
Diego Martín Yamus.
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