Era diciembre de 1987. El reloj daba las 00:00, nacía el día 13 en Montevideo mientras que en Tokio cumplía 12 horas el domingo. Todo Uruguay estaba espectante de la final de la Copa Intercontinental, hoy Mundial de Clubes, entre el campeón de la Copa Libertadores de ese entonces, el juvenil equipo de Peñarol, que de la mano del «Maestro» Tabárez se ganó el derecho a jugar ante el campeón de la Liga de Campeones de Europra, hoy Champions League, el FC Porto.
Los portistas le devolvieron el prestio estacando a principios de la década del 60 al fútbol portugués, épocas donde el gran Sport Lisboa e Benfica se lució de la mano de la Pantera Negra de Mozambique, el gran Eusebio.
Peñarol, lleno de botijas, o en un claro porteño «pibes», esperaba lleno de expectativas el juego ante los portugueses que contaban con jugadores de calidad como Madjer, volante de la selección de Argelia, y el también experimentado jugador de la selección de Polonia, el arquero Mlynarczyk.
Como desde 1981 el Estadio Nacional de la capital japonesa esperaba la realización del cotejo entre los dos pesos pesados del fútbol mundial, es decir los de la Conmebol versus los de la UEFA. Pero, lo que nadie esperaba es que ese día, luego de 35 años, caiga una nevada, y qué nevada.
Todavía no había comenzado el invierno en tierras niponas, faltaba algo más de una semana, sin embargo, caprichosamente, el tiempo decidió que la nieve le dé la bienvenida a la estación.
Como nevaba en abundancia la directiva de Peñarol pidió la suspensión del juego, pero por razones de calendario para los portistas y económica para la organización del encuentro, la brega debió llevarse a cabo sí o sí.
Tras protestas y broncas, sin saber de que se trataba la nieve, algo extraño solo visto en las películas, según el relato de los propios jugadores peñarolenses al llegar a Montevideo, la puja se llevó a cabo lo mismo.
Los Dragones ya conocían la nieve. Su arquero, el polaco Mlynarczyk hacía montañitas en el área para que la pelota al ras del piso se frene, incluso, gracias a esa avivada, una pelota de gol del equipo ferroviario quedó frenada.
Los uruguayos, por su lado, padecieron el frío al no tener idea de cómo protegerse, incluso uno de ellos contó que lo tomaron como «si jugarámos en el barro».
La garra de ese Peñarol fue inigualable porque los lusos arrancaron arriba en el marcador por medio de Fernando Gomes faltando cuatro minutos para el descanso. En la complementaria los entusiastas peñarolenses fueron al frente con tanto ímpetu que a falta de diez minutos para el final el «Zurdo» Viera igualó la puja, yendo al alargue.
En la prórroga un error del «Loco» Trasante, que por causa del frío que tenía que le entumeció las piernas, le dejó corta la pelota a Eduardo Pereyra y allí, experto, estaba el argelino Rabah Madjer para anotar el 2-1 que acabó dándole el trofeo a los portistas por primera vez en su historia.
Infamia decían en Uruguay. Injusticia era el otro calificativo. Peñarol pidió la revancha, Porto se la dio, pero la FIFA prohibió que se le llame así. Finalmente la jugaron igual en Estados Unidos y allí el ganador fue Peñarol aunque el equipo no era el mismo porque luego de ese partido la directiva carbonera vendió a gran parte de sus figuras, una de ellas es candidato a ser el técnico de la selección uruguaya: Diego Aguirre, que era el 9.