La Copa Libertadores tiene historias para contar, y por miles. Desde 1960 que se juega y si habrá corrido agua por debajo de ese puente. Sin embargo, la mayor hazaña de la historia fue la de 1987.
Peñarol estaba económicamente mal. Prácticamente quebrado por pésima administraciones anteriores y por un Uruguay que por aquellos tiempos vivía una situación para el olvido. Había asumido el contador José Damiani, hombre que era brillante por demás con los números, además, un fanático empedernido del Carbonero.
Tras el título obtenido en 1986 donde le ganaron en enero de 1987 la final del uruguayo a Nacional por penales, Damiani decidió hacer limpieza en el plantel porque no había dinero para pagar.
La Sub 20 de Uruguay había dejado una muy buena imagen en el Sudamericano de Colombia. Entonces, el contador decidió contratar al entrenador del equipo, un tal Óscar Tabárez «El Maestro».
Con la llegada del «Maestro» hubo que trabajar con juveniles. Se venía la Copa Libertadores y la idea era hacer un papel digno.
Ascendieron a juveniles de la cantera y con apenas tres experimentados, Eduardo Pereyra de 34 años, el «Zurdo» Viera y el «Loco» Trasante de 27 años, fueron los que quedaron. Luego, a encarar con un Sub 23.
Los pibes comenzaron a mostrar frescura y alegría en la Liguilla Pre-Libertadores, donde ganaban partidos por 1-0, cuando bien podían ser 5-0, pero era la ingenuidad y el querer hacer goles a lo Maradona en en México ’86 lo que les jugaba en contra.
Comenzaron ganándole agónicamente a Progreso, que sí tenía jugadores experimentados -era presidido por el hoy presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez- y eran candidatos a clasificar. Por esos tiempos apenas uno por grupo iba a la fase de cuartos de final compuesta por tres equipos por zona (eran dos).
Allí los pibes de Peñarol arrasaron. Vencieron a los «Gauchos del Pantanoso» tanto por ida como la vuelta, luego superaron al bravo San Agustín y al Alianza -meses después muere el equipo entero en un accidente aéreo- y pasa a cuartos de final.
Estaban al horno esos pibes; River Plate, el vigente campeón de América estaba en esa fase y el múltiple campeón Independiente con Bochini en la cancha.
La oncena peñarolense no pasó del 0-0 con River Plate en el Centenario y el mundo parecía desmoronarse, sin embargo un histórico 3-0 logrado sobre un Independiente lleno de estrellas abría las esperanzas.
Entonces, en su visita debían «morder» puntos en Avellaneda primero y luego en el Monumental, sin embargo pasó lo insólito, golearon por 4-2 a Independiente en Avellaneda, hecho inédito porque jamás el Rojo había perdido de local por Copa Libertadores. Esa goleada puso a los «peñaroles» en la final.
Pese a haber clasificado debió jugar igual con River en el Monumental. Esa fría noche fue presenciada por apenas 900 aficionados, la mayoría uruguayos. Carlos Timoteo Griguol prefirió poner en la cancha un equipo de suplentes, por lo que Tabárez hizo lo mismo y el «Millo» acabó venciendo 1-0 pero nada alteraba la clasificación.
Los obstáculos seguían porque el rival era el tremendo América de Cali que venía de perder dos finales seguidas con Argentinos Juniors y con River Plate, y la tercera era la vencida.
Los Escarlatas contaban con el notable Julio Falcioni en el arco, los paraguayos Cabañas y Battaglia que eran tremendos; Ricardo Gareca en el ataque con el uruguayo Sergio Santín. En el medio estaba Víctor Luna y el crack Willington Ortíz «El Viejo Willy».
La primera final jugada en el Pascual Guerrero fue ganada con comodidad por el América 2-0.
En Montevideo el América vuelve a pegar; 1-0 ganaba y levantaba el trofeo. Las 75 mil almas que colmaron el Centenario empujaban. Tabárez mandó su equipo a «matar o morir». Diego Aguirre de cabeza ponía el empate.
Falcioni no paraba de hacer tiempo. Era el arquero de los americanos. Vivía tirándose fingiendo lesiones.
Faltaban cinco minutos. Un pibe de 18 había ingresado. Era el «Bomba» Villar. Tuvo un tiro libre y se la puso contra un palo a un descolocado Falcioni: 2-1.
Fueron a Santiago de Chile. Era sábado 31 de octubre, es decir tres días después.
El empate en los 90′ obligaba alargue, en caso de persistir el campeón era América por saldo de goles.
Los Escarlatas se mostraban mejores que los juveniles uruguayos. Sin embargo, éstos tenían una garra descomunal y daban que hablar en el ataque. El «Loco» Trasante y el «Chueco» Perdomo hacían pelo y barba en su área, mientras que Vidal y Cabrera no paraban de correr adelante.
0-0 acabaron. América tiraba pelotas al campo. Provocaba. Hacía tiempo -Se pasaron hablando en la previa y peleando con la prensa uruguaya- el tiempo expiraba.
Villar en la última perdió la chance del gol y eso generó euforia en el banco del América de Cali.
Los colombianos se abrazaban porque estaban en el minuto 119. Faltaban segundos para el final y el título, por fin, era de ellos.
Pero, una pelota cayó en los pies de Diego Aguirre, éste en la desesperación le pegó fuerte y cruzado, abajo. Era gol de Peñarol.
Sacaron desde el medio. Los americanos tocaron el balón un poquito, pero no hubo tiempo: PEÑAROL CAMPEÓN.
Te dejamos esta serie de enlaces:
Versión del relator Carlos Muñoz
Los cuatro relatos, tres uruguayos y uno colombiano
Nuestro programa radial con un segmento dedicado a Peñarol
@lostribuneros