En Oslo ya no queda un solo ticket: las 27.000 butacas del Ullevaal están vendidas. Pero lo que importa no es el fútbol, sino la recaudación. La Federación Noruega de Fútbol decidió donar toda la taquilla a Médicos Sin Fronteras para intentar tapar con curitas el desangre humanitario en Gaza.
Mientras tanto, Israel prepara su selección como si nada pasara, y la FIFA sigue mirando hacia otro lado, porque en Zúrich la pelota nunca se mancha (aunque huela a pólvora).
Los noruegos celebran su “solidaridad goleadora”: 90 minutos de fútbol para financiar gasas, antibióticos y respiradores. En la tribuna habrá banderas, cánticos y selfies; al otro lado del Mediterráneo, habrá sirenas, polvo y hospitales colapsados.
El partido promete tensión: en la cancha se juega la clasificación al Mundial; fuera de ella, un grotesco recordatorio de que el fútbol nunca es “solo fútbol”.