Viendo lo sucedido hasta las semifinales de la Copa de la Liga argentina, la mayoría se entusiasma y la alaba con que es emotiva, de gran nivel y especialmente, con esa frase mediocre “cualquiera le gana a cualquiera”. Con respeto, son ilusiones lejanas de la realidad de un certamen pobre, bueno, si así se puede llamar al conjunto de una sola rueda de 14 fechas.
Tras ese minitorneo impropio de un país campeón del mundo, de los ocho finalistas sólo dos fueron clubes grandes, nada menos que Boca y River. El resto fueron de menor convocatoria (mal llamados “chicos”) hasta típicos del ascenso como Barracas Central. De lo cual el sistema de competencia no es culpable. Pero lo que demuestra la mediocridad que envuelve al nivel local.
Ese “cualquiera le gana a cualquiera” significa pobreza, paridad hacia abajo, justamente, cualquier cosa. Como que a la final del próximo domingo llega Vélez Sarsfield, a quien casi se lo daba por descendido tiempo atrás, y un buen Estudiantes de La Plata que tampoco es una máquina, los que vencieron a argentinos y Boca respectivamente por tiros desde el punto penal.
Precisamente Boca quedó envuelto en esa pobreza. Más allá de algún buen partido o el triunfo clásico sobre River, lo del xeneize no dio para más que estar entre los cuatro y por la ventana en esa última fecha regular. A pesar de sus goleadores uruguayos Cavani y Merentiel (justo erráticos el martes en los penales), se notó que el equipo de la Ribera estuvo lejos de arribar a esta cumbre y más aún, de llegar a su gran objetivo: la Copa Libertadores.
Comandado por un técnico poco propicio para su necesidad como Diego Martínez y de mucha irregularidad, fracasó al no poder entrar, pero dejó claro que no tenía mucha más batería para ello. Boca, el gran Boca, fue tan pequeño como el marco que hace años domina nuestro fútbol. Diego Martín YAMUS.