Las recientes semanas han sido turbulentas para Gianni Infantino, presidente de la FIFA, quien se encuentra en el ojo de la tormenta por lo que muchos perciben como una postura ambigua en la lucha contra el racismo y su controvertida cercanía con figuras políticas como el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. La indignación crece entre jugadores, organizaciones de derechos humanos y observadores, quienes cuestionan la coherencia entre las declaraciones de la FIFA y las acciones de su máximo dirigente.
La chispa que encendió la hoguera fueron las fotografías de Infantino junto a Donald Trump en la Casa Blanca. Más allá del protocolo, la imagen generó un fuerte malestar, especialmente considerando las repetidas acusaciones de racismo contra Trump y sus políticas migratorias, vistas como una persecución hacia inmigrantes latinoamericanos. La reunión, donde se abordaron temas sensibles como la participación de mujeres en equipos masculinos y cuestiones relacionadas con personas trans en el deporte, no pasó desapercibida para jugadores presentes como Weston McKennie y Tim Weah, reconocidos críticos de las posturas políticas de Trump. Su incomodidad fue palpable.
La situación se tornó aún más «insólita» y «incómoda» cuando, durante esta visita, Donald Trump llevó al equipo de la Juventus a la Casa Blanca y, ante su presencia, se dedicó a responder preguntas referentes al conflicto bélico entre Israel e Irán. Los jugadores, que se encontraban de pie detrás del exmandatario, fueron testigos de un discurso político alejado por completo del ámbito deportivo, lo que dejó en evidencia al «pope» del fútbol mundial. Este episodio, reportado por diversas fuentes, subraya la preocupación por la forma en que el deporte, y sus figuras más prominentes, pueden ser instrumentalizados para fines políticos.
La preocupación se extiende al ámbito de los derechos humanos, particularmente con la proximidad del Mundial de Fútbol 2026 que se celebrará en Norteamérica. Organizaciones como Human Rights Watch han alzado la voz, expresando su inquietud por cómo las políticas migratorias de la administración Trump podrían afectar la inclusión y seguridad de aficionados y participantes. La llamada es clara: la FIFA debe presionar al gobierno estadounidense para garantizar que se respeten los derechos de todos los involucrados en el magno evento.
Paradójicamente, mientras la FIFA bajo el liderazgo de Infantino ha reforzado sus políticas contra el racismo –aprobando nuevas medidas disciplinarias que incluyen multas de hasta 6 millones de dólares y la posibilidad de pérdida de categoría para clubes involucrados en actos de discriminación–, la cercanía con figuras políticas polémicas y el uso de un equipo de fútbol como telón de fondo para declaraciones geopolíticas han sembrado dudas. Expertos en derechos humanos señalan que esta alianza podría comprometer la integridad y los valores que la FIFA dice defender.
En definitiva, la situación pone de manifiesto una creciente tensión. Si bien la FIFA busca presentarse como una organización comprometida con la inclusión y la erradicación del racismo en el fútbol, las acciones y relaciones de su presidente con figuras como Donald Trump, y la utilización del contexto deportivo para abordar conflictos internacionales, están generando un profundo escrutinio. La pregunta que flota en el aire es si los principios declarados por la FIFA resistirán el peso de las alianzas políticas de su líder.