Jugando en Uruguay

Hermosos recuerdos llegan a mi mente. Añoro aquellos tiempos de adolescente jugando en las canchas de mi barrio en Curitiba, pero mucho más los vividos en Montevideo.

Siempre fui un «gordo vago», poco habilidoso pero mañero como pocos. Jugaba de defensor y por lo general era capitán. El juego sucio era mi fuerte, mi pasión y la de mi técnico el «Loco» Julio, también.

Jugábamos en ligas barriales consideradas «piratas», ya que no había un mango para pagar la afilicación a las ligas registradas. La pasión por el fútbol nos podía.

Por los años 80 utilizábamos un reglamento tan viejo como el fútbol; el referí debía cobrar falta si había quebradura expuesta o un charco de sangre. Penal era si le hacías un tacle de rugbista a un rival, o bien, si eras tan nabo de desviarla con la mano.

Las mañas aprendidas eran impresionantes. Había veces que sentía placer de «comer banco», es que con el técnico nos conocíamos de taquito y había un «por qué».

-«Fotografiaste» el partido. Está bien, entrá y cambiá este desastre- decía el «Loco».

Era así. Sabía que el «5» de ellos se sumaba al ataque y que el «7» y el «11» la rompían. Sacó a un atacante y me puso para ordenar la defensa.

-Fulano, adelantate y comele el hígado al «5». Veo que es muy quisquilloso, hacelo calentar y sacalo del partido. Molestalo, parate como un poste, sólo eso. No lo pierdas de vista nunca- le decía a un compañero que se encargó de volverlo loco y de sacarlo de la escena.

-Mengano, el «10» toca de primera y no sabe qué hacer con la pelota cuando los atacantes no se desmarcan-

Así fuimos ordenándonos y zafando de la debacle. 2-0 perdíamos en el primer tiempo. Llegó un gol nuestro de tiro libre. Fue un gol inmerecido, pero gol al fin. Ellos eran superiores. Eran organizados y disciplinados, todo lo contrario a nosotros.

El «7» era muy bueno. Me dediqué a pegarle patadas en los tobillos, a tocarle el pelo y hacerle saltar los tapones. Pero, resulta que era camorrero y veía que cada vez que le pegaba, éste se agrandaba más.

En un momento me amenazó con romperme la cara fuera de la cancha:

-Hablá con las piernas pedazo de @#- le dije

De pronto escuchó mi mensaje. Hizo silencio y… habló con las piernas; quedé sentado tras un cañito.

-Tenés razón negrito, mejor hablo con las piernas- me dijo cuando quedamos solos en nuestro sector.

-Nah ¡mejor quedate callado!- y largó una carcajada.

Entonces, descubrí que era de risa fácil y comencé a contarle todos mis papelones y ridículos dentro de un campo de juego. La cuestión es que empezó a salirse del partido y a desconcentrarse. Intentó tirarme otro «cañito», pero no lo logró. Empezó a correr por el lateral, pero le había tomado el punto. Siempre me ganaba, pero yo ya había arreglado con uno de los zagueros que se quede cuidando mi espalda. que me iba a encargar de incomodarlo, ya que era muy bueno, pero en que él se encargaría de robarle la pelota, o bien, pegarle de punta y para donde sea. Objetivo logrado. Finalmente, igualamos 2-2.

-Me sacaste del partido- me dijo tímidamente tras el pitazo final.

-Te estudié desde el banco-

Nos dimos un abrazo. El técnico rival me saludó y les dijo al pasar a sus jugadores: «muchas veces se gana en la picardía ¿vieron?».

Cosas del barrio y de los años 80.

Marcelinho Witteczeck

@lostribuneros

 

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