La Copa América, el certamen de selecciones más antiguo del mundo, cumple sus primeros 100 años. Muchas historias y vivencias escribieron las numerosas páginas de la competición, aunque pocas como las del pionero uruguayo Isabelino Gradín.
Porque Gradín, el primer jugador raza negra en la historia de una selección sudamericana, resultó además campeón, goleador y mejor futbolista de la edición inicial de 1916. A base sobre todo de amor propio, el delantero zurdo le ganó a los prejuicios y a la discriminación, les mostró el camino a todos los futbolistas de color y quedó marcado a fuego entre los más grandes de aquella época.
Gradín nació en Montevideo en 1897. Descendiente de esclavos africanos de Lesoto e hijo de inmigrantes, creció en el popular Barrio Sur, cuna de tamboriles y tambores que forjaron el candombe, el popular ritmo musical uruguayo. Allí, en los empedrados de la capital del país, Isabelino comenzó a moldear su técnica, en la lucha a brazo partido por el balón y la rudeza del fútbol callejero.
De chico sobresalió por su potencia y velocidad. Tenía tanto de ambas que, ni siquiera habiendo jugado y conquistado títulos internacionales en el fútbol, se decidió entre la pelota y el atletismo. Amaba ambas disciplinas por igual y dedicó su vida a practicarlas.
A los 18 inició su carrera en Peñarol, y al año siguiente ya viajó a Buenos Aires para participar en el primer Campeonato Sudamericano. Eran años importantes en la organización del fútbol en el cono sur de América: los cada vez más recurrentes enfrentamientos amistosos entre los países y la necesidad de competir para crecer derivaron, por esos mismos días en la capital argentina, en la creación de la Confederación Sudamericana de Fútbol.
El certamen continental se celebró para conmemorar el Centenario de la Independencia de Argentina y reunió al anfitrión, a Uruguay, a Chile y a Brasil. El formato fue de liguilla, todos contra todos y el que sumara más puntos se llevaría el trofeo.
Goles, reclamos y consagración
El partido inaugural se disputó entre Uruguay y Chile el 2 de julio en el estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, ante 3 mil personas. La Celeste se llevó el triunfo por 4-0 con dos goles de Gradín, pero lo más importante fue que por primera vez en la historia, dos jugadores de color (Gradín y su compañero Juan Delgado) integraban una selección en una competición oficial.
Luego del encuentro, la delegación chilena reclamó los puntos a la flamante CSF, dado que, según denunció, «Uruguay incluyó en su equipo a dos africanos». El pedido no fue aceptado. Posteriormente, los Charrúas vencieron a Brasil, empataron con Argentina y obtuvieron el primero de sus 15 títulos.
Gradín dejó su huella indeleble en esa competición. Fue el goleador, con tres tantos (también le anotaría a Brasil) y elegido como el mejor jugador del torneo. Al año siguiente, Uruguay repitió la consagración, pero Isabelino no actuó en ningún partido.
En Peñarol, su historia también quedó escrita con letras de molde. Campeón en 1918 y 1921, anotó 101 goles en 212 partidos. Es uno de los grandes héroes del Mirasol, y en el Libro de Oro del Centenario del club, un párrafo lo define de manera inequívoca: “A Isabelino Gradín, como estrella fugaz, le fueron concedidos tres deseos: que brillara en canchas y pistas, que le cantaran los poetas y que no se le olvidara”.
Velocidad, medallas y rostro bondadoso
Isabelino era un superdotado físicamente y tenía el don de la velocidad. Alternó el fútbol y el atletismo en el club Olimpia a partir de 1922. Fue Campeón Sudamericano de 400 metros (1918); de 200 metros (1919); de 200, 400 y la posta 4×400 (1920) y de 400 y posta 4×400 (1922).
Tan bueno era Gradín que escritores y poetas, en la época en la que no existía la televisión, inmortalizaron su figura. El galardonado Eduardo Galeano recordó el incidente del Campeonato de 1916 en su libro Fútbol a Sol y Sombra: “La gente se levantaba de sus asientos cuando él se lanzaba a una velocidad pasmosa, dominando la pelota como quien camina, y sin detenerse esquivaba a los rivales y remataba a la carrera. Tenía cara de pan de Dios y era un tipo de esos que cuando se hacen los malos, nadie les cree”.
El poeta peruano Juan Parra del Riego describió a Isabelino tras verlo jugar, en frases que salieron de sus ojos a su corazón: “¡Flecha, víbora, campana, banderola! ¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va! Billarista de esa súbita y vibrante carambola que se rompe en las cabezas y se enfila más allá… y discóbolo volante, pasas uno… dos… tres… cuatro… siete jugadores…”.
A 100 años de la primera gesta de la Copa América, el obligado recuerdo de Isabelino Gradín, un jugador fundamental que marcó una época y, sin saberlo, cambió al fútbol para siempre.
Fuente: www.fifa.com
Diego Martín Yamus
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