Hinchas de Independiente Rivadavia en la tribuna del estadio Kempes bajo la lluvia durante la semifinal de Copa Argentina contra River Plate

La épica del «interior» y la mística del aguante mojado (con el toque de un ex-Boca)

Dicen que la épica se forja bajo la lluvia, y la hinchada de Independiente Rivadavia, la «Lepra» mendocina, se lo tomó al pie de la letra. Cinco mil almas se congregaron en el Kempes para presenciar lo que ya se autodeclara como «la noche más importante en la historia del club». ¿El menú? Una mezcla deliciosa de sacrificio, lluvia torrencial, 45 minutos de suspensión por diluvio y, para coronar, la eliminación de un «gigante» como River Plate. Porque si vas a hacer historia, mejor que duela, ¿no?

Los fanáticos, en un acto que roza la locura —o el fanatismo puro, que viene a ser lo mismo—, se mantuvieron estoicos. Ni el agua los movió. La gente de Mendoza demostró que su pasión no es soluble, aguantando la suspensión como si fuera un intermedio para secarse un poco la garganta y volver a gritar «¡Vamos Lepra, carajo!». Las lágrimas no se distinguían del agua de lluvia, en un despliegue de orgullo y mística del «interior» que, seamos sinceros, el fútbol argentino a veces necesita para recordar que no todo pasa en Capital Federal.

En las redes, el éxtasis. La frase «no hay plata que compre esta pasión» se repitió, curiosamente, en un país donde se habla de dinero en el fútbol casi más que de goles. Y es que claro, vencer a River es el equivalente a saldar «décadas de lucha», «descensos» y «crisis económicas». Parece que la clasificación a la final de la Copa Argentina, más que un logro deportivo, es un ajuste de cuentas cósmico que el universo le debía a los hinchas que sufrieron.

La postal final: caravanas, bocinazos y fuegos artificiales en Mendoza. La «revancha histórica» del interior es, en esencia, haber demostrado que la perseverancia (y que Sebastián Villa estuviera en una noche inspirada para patear el último penal) sí pagan. En resumen, los «leprosos» vivieron una noche de «sentimiento puro» que, afortunadamente, fue documentada y grabada. Porque si no, ¿quién creería que aguantaron 45 minutos bajo el agua solo para abrazar a un desconocido y gritar un penal de un exjugador condenado de Boca? El fútbol, señores, en su estado más bello y desquiciado.

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