Por fin Argentina era cumplido con su sueño de hacer un Mundial. La FIFA le dio el visto bueno y el país se preparó para el acontecimiento del año, que encima venía con la carga de su dolorosa situación política y económica.
Tras vencer a Hungría 2-1 en el angustioso cierre del debut, el once de César Luis Menotti iba con Francia, que contaba con Michel Platini entre sus cartas. Cerca del descanso, el zaguero Marius Trésor cometió mano en el área y el árbitro suizo Jean Dubach dudó en marcar el penal, por lo que consultó con su asistente (entonces juez de línea). Tras largo suspenso, Dubach señaló el punto penal y fue Daniel Passarella el autor del primer gol para el posterior 2 a 1 que lo puso en la segunda ronda.
Definido ese Grupo 1 a favor de la Italia de Bettega y Paolo Rossi y la Argentina, los galos querían cerrar con éxito ante Hungría. Pero les faltaba algo muy importante: las camisetas. Según el sorteo para el contraste claro-oscuro (aún había TV en blanco y negro), los franceses debían usar una blanca y los húngaros su roja. El utilero Hénri Patrelle no tenía las blancas sino las azules titulares. Francia no tenía cómo vestirse para el encuentro. Al final, tomó la risueña solución de usar las de Kimberley, el popular club de Mar del Plata donde se jugaba. De blanco y verde a bastones, los de Michel Hidalgo ganaron 3 a 1 y terminaron hasta con risa.
A pesar de que la FIFA se había abierto a otro continente, África aún tenía una sola plaza que se llevó Túnez. Y el equipo norteafricano produjo el primer triunfo de su región, cuando el 2 de junio batió con autoridad 3 a 1 a México en Rosario tras ir abajo.
En su grupo vivía el campeón reinante Alemania Federal, distinto en potencial al del 74 y sin Beckenbauer, Breitner y Gerd Müller. Con líos internos y un juego muy pobre, los alemanes fueron superados por los tunecinos y casi se van de Argentina. Finalmente, el 0-0 los clasificó. Mientras, Abdelmajid Chetali, técnico de los africanos, se lamentaba: “Si hubiera jugado a la ofensiva ganábamos nosotros…”.
Otro candidato natural era Brasil, aún sin rearmar su era post- Pelé. Pero había aparecido Artur Antunes Coímbra, más conocido como Zico. En el debut con Suecia, el once del discutido técnico Claudio Coutinho dio muy fea imagen. Pero tuvo la chance de desnivelar el 1-1 que llevaba en la última jugada. Contó un tiro de esquina que Nelinho envió en centro. Al árbitro galés Clive Thomas se le ocurrió pitar el final con la pelota en el aire. Zico cabeceó y marcó, pero no valió. Ese no gol casi le cuesta al “scratch” la ida en primera fase.
España, otro equipo fuerte, pero de altibajos, lo pudo dejar afuera en el segundo partido. Sobre el final del primer tiempo, el delantero Cardeñosa recibió solo en el área y tuvo la chance para el triunfo. Cardeñosa tardó mucho en dominar el balón por el poceado césped de Mar del Plata. Cuando pudo definir, el defensor Amaral bloqueó el tiro y salvó el 0-0 final.
Por el Grupo 4, jugaba el Países Bajos post-Cruyff, que había decidido no ir al país por la situación citada. Tras golear a Irán y empatar con el Perú de Teófilo Cubillas, enfrentaba a la potente pero cambiante Escocia. A los 34 minutos, un penal le dio a Rob Rensenbrink la chance de abrir el marcador y el delantero no sólo lo hizo, sino que convirtió el gol 1000 de la Copa del Mundo.
Ya en la segunda fase de dos grupos de cuatro, la naranja se asentó y se metió en la final. Alemania siguió con su rosario de empates y de problemas internos. Y Austria, con su generación dorada, lo despidió con un 3-2 histórico, que no lograba hacía 47 años.
Por la otra zona semifinal, el Gigante de Arroyito en Rosario vio a Argentina ser el otro finalista. Claro que los goles de Mario Kempes ayudaron. Pero más lo que el goleador de Rosario Central hizo en el inicio ante Polonia. Con la albiceleste 1 a 0, el delantero Grzegorz Lato remató al arco libre porque el gran Ubaldo Fillol había quedado descolocado tras tiro libre. Fillol no logró atajar el disparo, pero sí el propio Kempes, que cometió mano, pero evitó el empate. Después, el arquero de River atajó a Deyna y el Matador realizó el 2 a 0 decisivo para la final.
Así llegó el recordado 21 de junio y la dramática definición del grupo. Brasil lideraba sobre Argentina por mejor saldo de goles y jugaba con los polacos, en tanto Argentina iba con el excelso Perú. Pero como aún no era regla que la última fecha fuera a la misma hora, primero actuaron los de Coutinho batiendo fácil 3 a 1 a los europeos del este. Eso obligó a los de Menotti a marcarle cuatro tantos de diferencia a los peruanos para poder superar a sus archirrivales. Al fin, y con susto inicial y las sospechas históricas, Argentina barrió 6 a 0 y se colocó en la segunda final de su vida, tras aquella perdida en Uruguay 1930.
La decisión entre el local y Países Bajos era el frío y gris 25 de junio en el estadio Monumental. En duro trámite, Kempes puso arriba a los suyos, pero cuando parecía que se lo llevarían un error de Alberto Tarantini hizo posible una contra y el cabezazo de Nanninga para el 1-1 que llevaba el tema al alargue. Y lo llevó porque Rensenbrink no pudo acertar en la última jugada solo con Fillol, cuando su tiro dio en el palo. Finalmente, el famoso gol de Kempes y un último de Daniel Bertoni lo hizo realidad. Argentina era campeón del mundo por primera vez, fruto de un trabajo de esfuerzo y dedicación inédito de César Luis Menotti y su cuerpo técnico. Un éxito que no logró sanar las graves heridas sociales del momento, pero al ser el primero siempre se lo recordará con más amor.
Diego Martín Yamus.
diegoanita@hotmail.com.ar