Tras el fracaso de 1966 (afuera en primera ronda y con Pelé golpeado) Brasil quería en ese bello Mundial de México 70 el ansiado tricampeonato, que significaba quedarse para siempre con la Copa Jules Rimet, el creador de la criatura. Para eso arrasó a sus rivales hasta ese 17 de junio en el estadio Azteca, en que jugaba la final ante un poco estético Italia, su contracara. Si ganaba firmaría un capítulo inolvidable del torneo. Si perdía, era una injusticia.
En un día de llovizna, los de Mario Zagallo pusieron el sol. En realidad el sol era Pelé. Porque así fue como abrió de impecable salto y remate de cabeza el marcador a los 17 minutos. Cada pelota tocada por la verdeamarilla era delicia y alegría del público mexicano, volcado totalmente con ella. Pero Brasil era otro equipo atrás. Y un choque entre el pobre arquero Félix y el central Brito le dejó servido el empate a Boninsegna, el delantero que marcó a los 37 un 1 a 1 inesperado. Que podría haber sido desnivelado, pero el árbitro alemán Glöckner tuvo la brillante idea de terminar el primer tiempo cuando Pelé quedaba solo ante el arquero Albertosi, diez segundos antes de cumplirse el límite.
Pero apenas reiniciaron, los brasileños dieron un recital de juego. Primero Rivelino estrelló un tiro libre en el poste. Y a los 65, Gerson sacó un hermoso zurdazo que pasó a Albertosi tapado para el desequilibrio. Sólo seis minutos más tarde Pelé habilitó a Jairzinho y el moreno definió perfecto ante el guardameta. Tres a uno, mas aún quedaba una decoración final.
Eso fue el cuarto gol del lateral Carlos Alberto. A los 87, Pelé envió sin mirar un pase justo a la derecha para la entrada del diestro, que remató cruzado para un excelso 4 a 1, el tricampeonato, la Rimet y su desquite de aquel turbio 1966. Fue la función de cierre de ese ballet, de esa banda de rock que sonó tan armoniosa para el eterno recuerdo.
Diego Martín Yamus.
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Diego Martín Yamus.