Alemania Federal, tal su nombre tras la Segunda Guerra Mundial, volvía a ser parte de la Copa del Mundo en 1954 en Suiza. Bajo la dirección de Seppl Herberger, el mismo técnico de su última vez en 1938, venía con un plantel con figuras dispuesto a llevarse su primer título. Arrancaba en el Grupo 2 ante Turquía con un cómodo 4-1 el 17 de junio, y el 20 debía enfrentar a la potente y plástica Hungría. Y para ese encuentro Herberger urdió una tramoya oscura que le daría frutos al final.
Esa tarde en el estadio St. Jakob Park de Basilea, el alemán decidió colocar mayoría de suplentes y dejarse ganar por el once liderado por el genio Ferenk Puskas. Debido al rarísimo reglamento, si perdía tenía que desempatar con los turcos, a quienes estaba seguro de volver a vencer, con lo que evitaba enfrentar en los cuartos de final a sudamericanos como Uruguay y sí a los europeos que conocía biennnnnnnnnnnnnn. Por eso sólo cuatro de los once que golearon en el debut fueron titulares. Los magiares aprovecharon y se hicieron un festín que terminó nada menos que 8 a 3, con goles de Kocsis (4), Hidegkuti (2), Puskas y Toth, descontando Pfaff, Hermann y un suplente de lujo llegado tarde de Sudamérica: Helmut Rahn.
Sin embargo, el paseo no fue tan agradable como parece. Porque Herberger tenía otra táctica, por supuesto muy diferente y triste. Puso en la formación al defensor Werner Liebrich, no se supo si con intención de lesionar a Puskas. Pero Liebrich le dio un tremendo puntapié en el tobillo que lo dejó maltrecho, ausente por casi todo el campeonato hasta la final y aún presente allí en la decisión, disminuido físicamente. Y ése también fue lamentablemente argumento del triunfo posterior de Alemania. Que no lo necesitaba porque arrasó con sus rivales luego. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Aunque sea para ser campeón del mundo.
Diego Martín Yamus
diegoanita@hotmail.com.ar