En su Mundial, Brasil estaba decidido a arrasar con lo que hubiera en su camino. Pero lo que parecía una máquina con cracks como Ademir, Jair, Zizinho y otros debió pasar penurias en aquella primera ronda, que ahora era de grupos. Le sucedió con Suiza que le igualó a dos y casi le gana. Y en el cierre, como sólo el primero pasaba a la ronda final, estaba obligado a vencer a la bella y eficaz Yugoslavia, que venía de golear a los suizos y a México.
Sin embargo, el choque decisivo en el recién inaugurado estadio Maracaná ese 1 de julio fue más favorable de lo previsto para los locales. Primero por un incidente inesperado que dejó a los yugoslavos con diez hombres. Y luego por el temprano gol de apertura de Ademir a los tres minutos.
Apenas ambos salieron al campo, el delantero Rajko Mitic se golpeó la cabeza con una viga sobresaliente cerca de la boca del túnel y sufrió un corte que comenzó a sangrar. Obviamente los europeos no querían empezar el partido hasta que Mitic no fuera curado, es que no había como ahora suplentes ni cambios. El asunto tardaría unos 20 minutos. Entonces el árbitro, el experto galés Griffiths, iba a dar el pitazo inicial. Los yugoslavos se fueron en protesta a su vestuario y Griffiths les advirtió que regresaran porque perderían el encuentro. La novelita terminó con los visitantes saliendo con 10 hasta que Mitic volvió con un enorme vendaje en su cabeza.
Después fue duro para Brasil aunque fuera arriba. El juego de los fuertes balcánicos los puso varias veces a tiro del empate que los clasificaba. Pero cada contraataque local también era peligroso, encabezado por el virtuoso Zizinho y sus gambetas. Así fue que a los 69, el entreala derecho dejó a varios rivales y al arquero en espectacular corrida y definió con el arco libre el segundo y el 2 a 0 tranquilizante y final. Brasil pasaba a la ronda decisiva por el título con un partido muy difícil. Los buenos yugoslavos quedaban afuera. Pero no podían culpar al golpe de Mitic ni al árbitro.
Diego Martín Yamus
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