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Ya hemos escrito que no es nuestro asunto enroscarnos en líos políticos al hablar de fútbol, así sea un evento como un Mundial. Pero también hemos escrito que la realidad del mundo en 1938 era tristemente innegable, a un año de declararse la Segunda Guerra Mundial. Y como en Italia 34, el torneo celebrado en Francia estuvo salpicado por la cuestión. Especialmente por Alemania, que aparte de anexar Austria a su dominio territorial lo hizo también en su selección. Así enfrentó a Suiza en la primera ronda. Y por eso los galos se volcaron por los suizos hasta ayudarlos a vencer en desempate. Por eso y por mucho más.
El primer encuentro fue el que abrió la tercera Copa del Mundo el 4 de junio, en el Parque de los Príncipes de París. Los alemanes habían incorporado jugadores austríacos a su plantel, algunos titulares. Y para peor, , seguramente presa de órdenes superiores, saludaron al estilo del nazismo. La gente los reprobó con tremenda silbatina desde ese momento y cada vez que entraban en acción. El encuentro terminó 1 a 1 y fueron al alargue, pero al no poder quebrarse se jugó un segundo, el rudimentario sistema de eliminación de entonces.
El mismo fue cinco días después, el 9 en el Parc, adonde una multitud fue a alentar a Suiza como si fuera el local. Sin embargo, los aguerridos germanos ganaban 2 a 0 a los 22 minutos. Y la gente se desilusionaba. Hasta que Wallaschek descontó antes del descanso y dio energía a los helvéticos. Así llegó el empate por Bickel, y faltando 15 minutos todos estallaron de alegría cuando el gran goleador Abegglen marcó dos goles en tres para firmar el 4 a 2 y eliminar a aquellos dirigidos de Seppl Herberger, que casi dos décadas más tarde guiaría a su país a su primer título.
El triunfo no evitó la absurda guerra. Sólo un poco de aire fresco para no contaminar un Mundial de fútbol.
Diego Martín Yamus
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