Como reseñamos, la vida de Brasil en Francia 38 fue una típica novela de ese país. El 6 a 5 con Polonia y la batalla doble con Checoslovaquia ya era mucho para un solo torneo. Y en la primera semifinal le esperaba el campeón Italia. Sin embargo, los brasileños lo creían accesible, en particular su técnico Adhemar Pimenta. Y así les fue.
Es que en primer lugar, los sudamericanos se atrevieron a pedirles a sus encumbrados rivales que si les ganaban les cedieran los pasajes de tren para jugar la eventual final. Y Pimenta reservó varias de sus piezas clave. “Para vencer a Italia no me hacen falta leónidas, Brandao ni Tim. Si quieren lo dejo a Domingos porque da tranquilidad”, se envalentonó ante la prensa. Y en el legendario Stade del Velodrome de Marsella al principio no se notaba la locura de subestimar a los de Vittorio Pozzo.
Pero apenas reiniciaron, a los 51 minutos el puntero Colaussi abrió el marcador. Y a los 60 fue Giuseppe Meazza que aumentó de penal. Dos a cero abajo y sin siquiera Leónidas, autor de cinco goles hasta allí.
Y la locura obvio les salió mal. Romeu descontó a los 87 pero ya era tarde. Brasil se privaba de su primera final y por qué no su primer título. El 2 a 1 en cambio llevó a los azzurros a la decisión con Hungría que ganarían 4 a 2 para ser los primeros bicampeones. Los brasileños se arrepintieron para el tercer puesto con Suecia, pusieron de nuevo a los excluidos y vencieron 4 a 2. No fue un consuelo para tamaña equivocación.
Diego Martín Yamus
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