El Mundial de 1934 en Italia pasó a la historia, lamentablemente, por episodios oscuros como el de Austria-Francia (gol austríaco en offside y fuera de tiempo). Eso no fue nada comparado con un escandaloso doble cuarto de final entre Italia y España ganado por el local, parte de la ayuda que le prodigó la influencia del mandatario Benito Mussolini para su éxito final.
El 31 de mayo en Florencia, en el Stadio Giovanni Berta, el clásico de la península enfrentaba a dos serios candidatos al título. Pero los dueños de casa contaban con un jugador más, el árbitro belga Louis Baert, que les cobraba casi todo a su favor. Por eso, y a pesar de que los españoles eran mejores en el desarrollo, lograron sacar el partido adelante. Regueiro a los 31 minutos había puesto en ventaja a la roja, pero gracias a Baert fue Giovanni Ferrari que igualó a los 45, aprovechando una clarísima falta contra el gran arquero Ricardo “el Divino” Zamora.
A partir de allí ambos se dedicaron sólo al juego malintencionado, el que Baert permitió y que dejó varios lesionados: cuatro por los azzurros, entre ellos nada menos que el centrodelantero Schiavio y Ferrari, y ocho por los visitantes, incluyendo a Zamora y al excepcional Isidro Lángara. A todo esto, los 90 minutos reglamentarios terminaron en ese 1-1 y debieron jugarse 30 más sin que se modificara el resultado. Entonces…
Tan sólo 24 horas después, el 1 de junio en el mismo escenario, se jugó un partido desempate. Sí, tras 120 caóticos minutos. Y allí Italia volvió a tener al árbitro de su lado, pero mucho más notoria y descaradamente, en este caso el suizo René Mercet. Porque cuando iba ganando 1 a 0 por el gran Giuseppe Meazza a los 12 minutos, Mercet anuló el empate español de Campanal sin razón clara. Y los de Vittorio Pozzo vencieron por la mínima y siguieron su camino al título. Por suerte apareció la justicia y se comprobó el arbitraje localista del suizo, a quien la FIFA suspendió de por vida para dirigir.
Italia contaba con una gran selección como para no depender de manos negras. Así lo demostraría en 1938 con su bicampeonato. Pero estaba planeado que ese Mundial 34 debía ser suyo. Así se hiciera por fuera de las reglas.
Diego Martín Yamus
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