Otro enorme del fútbol argentino partió estos días, sumándose a la maldita lista que desde Maradona venimos padeciendo. Don Carlos Timoteo Griguol fue una gloria no sólo por sus magníficos resultados deportivos, sino por su calidad humana dentro y fuera de la cancha, uno de esos sabios que hoy escasean en esta mediocre actualidad futbolera nacional.
«Timoteo», uno de sus apodos más entrañables, fue antes de dirigir como conocemos futbolista activo, claro que sin la gloria y el legado de después. Nacido el 4 de septiembre de 1934 en Las Palmas, provincia de Córdoba, debutó en Atlanta en 1957, con el que obtuvo su único título de jugador al ganar la Copa Suecia, un certamen no oficial organizado durante la estadía de la Selección Argentina en el Mundial de ese país en 1958, aunque recién la final fue el 29 de abril de 1960, cuando el «bohemio» derrotó 3-1 a Racing Club y el centromedio Griguol fue parte de los once de Manuel Giúdice. En 1966 pasó a Rosario Central, donde se retiró en 1969 para casi enseguida ser entrenador interino en 1971, en reemplazo de otro eterno sabio: Angel Tulio Zof.
En 1973 tomó oficialmente el mando del «canalla» y comenzó su éxito como técnico, dándole el primer campeonato de su historia, el Nacional de 1973 con Aldo Poy, Carlos Aimar o Aurelio Pascuttini como figuras. Al año siguiente, fue segundo en ambos torneos argentinos, de Newell’s en el Metropolitano y de San Lorenzo en el Nacional, ante quien a fin de 1974 se tomó desquite y le ganó la Liguilla para la Copa Libertadores 1975, donde arribó a la instancia semifinal.
Pero su era gloriosa fueron las dos décadas siguientes. Se hizo cargo de Ferro Carril Oeste en 1980 y guió esa constelación de estrellas (Barisio, Saccardi, Cañete, Márcico) a primero complicarle la vida a los dos grandes en 1981, siendo escolta del Boca de Maradona en el Metro y del River de Kempes en el Nacional. Las campañas no fueron casualidades, y el 27 de junio de 1982 Griguol le dio al «verdolaga» su primmer título, el Nacional ante Quilmes 2 a 0, con goles de Juárez y Rocchia. Y repitió dos años más tarde, el 30 de mayo de 1984, ante River 1-0 en esa segunda final suspendida por incidentes, con tanto del paraguayo Cañete. En 1987 fue contratado por el club de Núñez para suceder la tremenda era de Héctor Veira arrasadora con todo y el 16 de agosto le hizo obtener la extinta Copa Interamericana ante el Alajuelense de Costa Rica 3 a 0, en un plantel lleno de pesos pesados con el que no terminó bien y regresó a Ferro, al que siempre lo mandó como protagonista de cada torneo que jugaba.
Eso fue hasta 1993, cuando Ginmnasia y Esgrima La Plata se interesó en su curriculum y lo llevó para tener algún éxito hasta allí inexistente para el club del Bosque. A pesar de formar otro equipo fabuloso (Sanguinetti, Guillermo Barros Schelotto, Hugo Guerra) no pudo por muy poco en tres torneos, especialmente aquel famoso Clausura 1995 cuando perdió con Independiente 1-0 de local y el título en la última fecha con San Lorenzo. Luego volvió a ser subcampeón en el Clausura 96 y Apertura 98, en el primero de sus tres pasos por el club, en el que en 2003 dejó la actividad.
Pero no sólo de la pelota vivía el gran Timoteo. Fue un formador de sus dirigidos, instándolos por ejemplo a esttudiar aparte del fútbol, a llevar una vida armoniosa, motivándolos con esas tres palmadas fuertes en el pecho de cada uno. Tuvo sus críticos, esos puristas que creen saberlo todo, que le marcaban su juego a veces rústico, poco vistoso o no tan ofensivo, esos motes inútiles que no dicen nada. Pero la gran mayoría lo recuerda con admiración. Porque a los maestros se les tiene respeto primero y luego admiración. Y el sabio Carlos Timoteo Griguol, que partió el jueves 6 de mayo, será siempre uno de ésos.
El primer logro de Timoteo en Ferro:
Diego Martín Yamus.
diegoanita@hotmail.com.ar
@lostribuneros