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AVELANEDA, ARGENTINA. (Agencias) – La delegación de Flamengo aterrizó este martes en tierras argentinas, blindada no solo contra el coronavirus, sino también, aparentemente, contra la cruda realidad de Río de Janeiro. Mientras la «Cidade Maravilhosa» arde bajo el yugo de una violencia narco sin tregua, los jugadores del Mengão se preparan para su encuentro contra Racing con la calma (¿o indiferencia?) que solo el fútbol de élite puede comprar.
Fuentes cercanas al club, que prefirieron el anonimato (probablemente para no ver sus casas vandalizadas por hordas furiosas o por la barra brava, lo que ocurra primero), comentan que el ambiente en el vestuario es de «concentración absoluta». «Están enfocados en el partido, en el esquema táctico y en cómo evitar los pases largos del rival», nos susurró una de ellas, antes de añadir con sarcasmo: «Y por supuesto, en la seguridad de sus inversiones inmobiliarias».
No es que se espere que los futbolistas salgan a patrullar las favelas o a negociar treguas entre facciones, pero el contraste entre la burbuja de privilegios del balompié y el infierno cotidiano de sus compatriotas es, cuanto menos, nauseabundo. ¿Podrá la ansiedad por la seguridad de sus seres queridos o el eco de las balas que resuenan en las noticias afectar su rendimiento en la cancha? Algunos analistas deportivos (esos que aún creen que el deporte es solo deporte) insisten en que «lo emocional siempre influye». Otros, más realistas (y menos propensos a la poesía), sospechan que el sueldo de seis cifras y el jet privado actúan como un potente ansiolítico.
«Es una oportunidad para unir a la gente y darles una alegría», repiten los clichés de siempre. Una alegría que dura 90 minutos, claro, antes de que los aficionados regresen a la misma Río donde el miedo es el gol del día. Mientras tanto, en Avellaneda, se espera un partido de alta intensidad. Esperemos que, al menos por unas horas, el único «tiroteo» sea de balones al arco.
