El sainete del «Campeón Anual por Decreto» suma un acto de hipocresía que haría sonrojar a un político en campaña. Estudiantes de La Plata, con Juan Sebastián Verón alzando la voz como adalid de la pureza reglamentaria, salió a los cuatro vientos a repudiar el título entregado a Rosario Central, agitando la bandera de la transparencia y negando haber dado su consentimiento.
El problema es que la AFA, esa entidad que maneja el fútbol con la misma rigurosidad que un club de amigos, salió a desmentir a la «Brujita» con el único argumento que puede matar una protesta: la prueba de que Estudiantes sí votó a favor de la coronación.
El Doble Juego Pincha
El escándalo, entonces, ya no es solo por el título inventado, sino por la deslealtad institucional. Estudiantes juega el doble juego: en la mesa chica, levanta la mano para quedar bien con el poder de turno (el «chiquismo»); en la tribuna y frente a la opinión pública, se pone el traje de fiscal implacable para capitalizar el descontento general. ¿Es Verón un defensor de la ética futbolística o solo un político del deporte buscando aplausos en la platea? La mención a Javier Milei como su «aplaudidor» no hace más que enfatizar esta lectura política, donde la pureza deportiva es solo un vehículo para posicionarse.
La objeción pública de Estudiantes no puso en tela de juicio la credibilidad de la AFA; expuso la cobardía de la propia dirigencia pincha, dispuesta a validar el vicio en privado y a denunciarlo en público.
El Cuento de la Transparencia
Mientras la AFA, liderada por Tapia y sostenida por Toviggino, se frota las manos ante el golpe de efecto —logrando que la noticia pase de ser «Inventamos un Título» a «Estudiantes Miente»—, lo único que queda claro es que la desconfianza es el único campeonato real que se juega en los despachos de Viamonte.
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Se critica la falta de reglamento, pero se vota por la excepción.
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Se exige transparencia, pero se opera en secreto.
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Se habla de mística, pero se traiciona la palabra institucional.
En este circo, la credibilidad se evapora. La AFA sigue demostrando que puede hacer lo que quiera, y Estudiantes, con su doble discurso, confirma que en el fútbol argentino los principios se negocian en la mesa de votación y solo se denuncian cuando el costo de callar es más alto que el costo de la hipocresía.
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