Una final es una final. Un clásico es un clásico. Una final clásica es lo más de lo más. Uruguay vivió su gran final en el mítico Estadio Centenario entre los pesos pesados Peñarol y Nacional por el título de Campeón 2018. La hinchada carbonera copó cada metro cuadrado del magnífico escenario y su equipo no les falló.
Era cuestión de Fe. Clásicos son clásicos y todo puede pasar. Si bien Peñarol tenía ventaja deportivas, es decir que al ganar era campeón, estaba la lógica posibilidad de perder y forzar dos partidos más. Pero, la gente mirasol alentó, empujó y logró el ansiado objetivo de la victoria.
Para que el clásico tenga más onda, arrancaron los nacionalófilos arriba en el tanteador, Peñarol apostó a su mística, a su característica rebeldía y empujando con más corazón que fútbol, como le gusta al hincha manya, logrando darlo vuelta.
¿Qué le faltó al clásico más viejo de América para ser un espectáculo completo?
Le faltó la hinchada de Nacional. Insólitamente, los partidarios del «bolso» le dieron la espalda a su equipo y lo dejaron «tirado». Fueron los fieles de siempre, mientras que el resto no acompañó y eso se notó.
¿Motivos?
Podría ser pesimismo o decepción por la eliminación, casi inesperada, ante el Fluminense por Copa Sudamericana. Saber que si perdían, los rivales le daban la vuelta en la cara. Se suma el papelón de los ataúdes y burlas por el asesinato de jóvenes simpatizantes de Peñarol, algo que horrorizó a propios y ajenos. Que los ferroviarios históricamente ganen este tipo de partidos.
Lo feo
Fue ver los que los uruguayos llaman «pulmones». Es decir, espacios vacíos sin público, para que no se crucen las hinchadas.
Lo grandioso
Que Peñarol suma su título 52 y está a dos del mayor ganador del mundo que es Rangers FC de Escocia.
@lostribuneros