El día que «mataron» a Barbosa

Moacir Barbosa se lamentaba: «En Brasil la condena máxima es de 30 años, la mía es perpetua».

Barbosa había nacido cerca de la frontera con Perú, en el estado de Acre. Fue figura y supercampeón con Vasco da Gama, club en el que hasta el 16 de julio de 1950 era ídolo.

Tenía auto y casa con teléfono, algo que apenas unos pocos privilegiados podían tener por esa época.

El arquero de tez negra llegó lleno de bríos y de pergaminos al arco brasileño. El gran Barbosa integraba la máquina que organizó el Mundial de 1950 para llevárselo de punta a punta y colocar así en sus vitrinas su primer trofeo.

Era apenas empatar ante el insignificante Uruguay. El inmenso Maracaná albergaba a 220.000 almas que gritaban «é campeâo».

Camisetas por debajo de la ropa decían «Brasil campeâo do Mundo 1950». El clima era de éxito. El sábado comenzó la fiesta por el título que el domingo iban a levantar en Río de Janeiro, capital brasileña en esos tiempos, cuando tras el pitazo final.

Una batería de fuegos artificiales en torno al «Maraca» iluminaría todo y sería el broche de oro de una noche mágica.

Pero, Barbosa cayó en una trampa. La delantera charrúa era maldita; dos se te metían, uno por el medio y otro en diagonal con la pelota, amagaba el centro y la ponía contra el primer palo. Dos veces lo hicieron, las dos veces terminó en gol. Fue como cuando te dejan encerrado en el Tateti.

Sin embargo, la prensa brasileña optó por buscar una cabeza de turco, y esa cabeza fue la de Moacir Barbosa.

Calificado de «mala suerte», el moreno cuidapalos, sufrió el dolor del destierro y el desgarrante rechazo social.

Barbosa no había matado, ni violado. No era ladrón de bancos, ni defraudador, ni asesino serial, ni genocida, ni raterito, ni punga. Era un deportista, un arquero.

Con ese estigma el hombre de 1,74 de estatura y de una plasticidad de aquellas, según testigos de la época, la pasó mal porque se ganó el desprecio popular.

Sus únicos momentos de felicidad era cuando lo llamaban de Uruguay para homenajearlo. Viajó varias veces, confesó en una nota, e incluso, le ofrecieron irse a vivir allá con trabajo y casa. Pero Barbosa agradeció y lo guardó en su corazón.

Vivió humillado por su gente. Iba a los bares y muchas veces los mozos le reclamaban los goles, o directamente, lo calificaban de yeta.

El máximo dolor lo sufrió cuando Romario y varios jugadores del plantel de Brasil les negaron el saludo cuando los fue a visitar invitado por Mario Zagallo, en la previa al Mundial de 1994. El entrenador de aquella época, Carlos Parreira, era supersticioso y directamente lo expulsó del complejo de Teresópolis.

Barbosa vivía en la miseria con una jubilación pobrísima. Lograba pagar su alquiler y comer porque el directivo de Vasco da Gama, Eurico Miranda, nunca lo olvidó y estuvo con él hasta sus últimos días.

Con 79 años, viudo tras 54 años de matrimonio, sin hijos, dejó de existir en el año 2000 en la localidad de Praia Grande, zona costera del estado de San Pablo.

@lostribuneros

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