El famoso “Milagro de Berna” se le llamó a la final del Mundial Suiza 1954, cuando inesperadamente Alemania se consagró campeón. Los favoritos eran los húngaros, quienes superaron a Uruguay por 4-2 en el que fue llamado “el partido del siglo”, además, les había marcado 8 a los teutones en la primera ronda.
Europa tras el fin de la Segunda Guerra Mundial volvió a sedear una Copa del Mundo, y el país elegido fue Suiza. Uruguay llegó como el gran candidato, visto con mucha admiración por el resto de los participantes, luego del “Maracanazo” de 1950; Brasil, que se había quedado con la sangre en el ojo, era el otro favorito para llevarse la corona, y el tercero era Hungría, equipo temido en el viejo continente.
Alemania, destrozada por la guerra y dividida en dos países, llegó al Mundial como “Alemania Occidental” y su participación, en la previa, pasó inadvertida.
Los teutones tenían la autoestima destrozada tras la caída del régimen nazi; Hungría los tomó de hijos de 1909, además, contó con Puskas en la cancha, y ostentaba un invicto de 33 partidos.
Sepp Heberger le jugó a Hungría el segundo partido del grupo con suplentes, por lo que los magiares los humillaron con un histórico 8-3, lo que generó tanto odio en la prensa alemana, que hasta pidió que lo “cuelguen un manzano”, y entre otras barbaridades más.
El estratega, que ya conocía a los magiares, porque los vio jugar un año antes, conocía todos sus movimientos, incluso, en esa “masacre” lograron lesionar de gravedad al crack Puskas, quien quedó fuera de casi toda la competición, llegando a la final, pero en pésimas condiciones físicas.
Sabedor que deberían jugar la revancha ante Turquía, equipo al que días atrás habían vapuleado por 4-1, puso a los titulares y, efectivamente, los destrozaron por 7-2. El reglamento era extraño, porque los ganadores de la primera fecha del grupo, jugaban entre sí, y al igual que los perdedores, y de existir un derrotado en el partido entre ganadores, forzaban una revancha entre los segundos.
Nadie tenía en cuenta a los alemanes, la mayoría de la gente apostaba que iban a quedar por el camino de un momento a otro.
Alemania le ganó por 2-0 a Yugoslavia y vapuleó a Austria por 6-1, llegando de manera impensada a la gran final que se jugaría en Berna, la capital suiza.
Hungría, quien se cansó de ganarle desde 1909 a la fecha, que tenía, además, a su favor el 8-3 anotado semanas atrás, provocó una especie de pánico en la afición germana, luego de derrotar a Uruguay, en tiempo suplementario, por 4-2 en Lausana. Este juego fue llamado “el partido del siglo”.
Herberger, observador como pocos, preparó a su equipo en lo físico, pero trabajó lo sicológico también, elevando la autoestima de su equipo, volviéndolos casi como una suerte de “guerreros”.
Alemania Occidental no había jugado alargues, por lo que llegó al 100% en lo físico a esa final, mientras que los húngaros, que fueron empatados a falta de 5’ para el final, tuvieron que jugar el alargue ante un Uruguay que no se achicó.
Para la final el técnico germano ideó un plan basado en desarticular al rival y no dejar que monstruos como Ferenc Puskas, Sándor Kocsis y Nándor Hidegkuti, desplieguen su fútbol.
La final comenzó con mucho nerviosismo para los jugadores alemanes, pues a los 6’ Puskas ponía el 1-0 y a los 8’ Czibor el 2-0, lo que apuntaba para otra goleada más a favor de los húngaros, pero el ánimo inyectado por el técnico fue tal, que Morlock a los 10’ descontó, y Helmut Rahn lo empató a los 18’.
Vale señalar que el público que colmó el estadio Wankdorfstadion, era en su mayoría alemán, y tuvo un rol trascendente, ya que luego del descuento de Morlock, comenzaron a empujar a su equipo desde las tribunas.
En los vestuarios, el técnico Herberger evitó que sus jugadores peleen entre sí, y prefirió cambiar la manera de encarar, inyectándoles mucha moral, por lo que llegaron al segundo tiempo con todos los bríos necesarios para que los húngaros no aumenten el marcador.
La defensa alemana pasó zozobra en más de una ocasión, pero a los 84’ el atacante Helmut Rahn marcó su segundo gol en el juego, y el definitivo 3-2.
Alemania, contra todo pronóstico fue el campeón. Todo estaba preparado para los húngaros, y una vez más, Jules Rimet tuvo que guardar el discurso y entregarle la copa al menos imaginado, como sucedió cuatro años atrás en Maracaná.
Los alemanes fueron recibidos en su país como verdaderos héroes, y la prensa no tuvo otra que admitir que Sepp Herbeger supo lo que hacía.
@lostribuneros