Luego de la final de 1950 los brasileños vivieron la más humillante derrota de su historia en los mundiales de fútbol. Los pentacampeones del mundo habían recibido una histórica paliza en su feudo ante los alemanes en 2014. Tribunero estuvo presente.
Estaba en Curitiba preparado con mi equipo compuesto por las brasileñas Michelly y Fernanda, prestos para realizar la transmisión del juego entre Brasil y Alemania por las semifinales.
En la previa no había mucho clima de fiesta sino más bien de escepticismo. Brasil no jugaba a nada y llegó a esas instancias dejando a su afición con el corazón en la boca. Para peor, Neymar estaba afuera del encuentro tras sufrir una dura lesión ante los colombianos.
La prensa brasileña intentaba darle una inyección de ánimo a la «torcida» y generaron ilusiones. Recordaron la final de 2002 en Corea del Sur – Japón, donde derrotaron a los germanos y levantaron el quinto trofeo, entre otros argumentos.
Curitiba tenía una tarde gris y fresca. No hubo costillas asadas en la previa, ni cerveza. Todo era tensión. No había un alma por las calles de la ciudad. Parecía domingo.
Cada uno de nosotros estaba apostado en su máquina. Los colaboradoras brasileñas aportaban material de manera interna, que iba traduciendo al español de manera inmediata. Mientras que en Buenos Aires habían quedado compañeros realizando sus aportes también.
La brega arrancó con un Brasil que insinuaba. Los alemanes se atrincheraron en su última zona y esperaban los embates verdeamarelos. La «Canarinha» buscaba el primero, y la afición ya pensaba en el segundo.
Pero, el momento trágico se vivió a partir del minuto 11. La apertura germana había caído como un balde de agua fría. Pese a ello, nerviosos y presa de la ansiedad, los brasileños fueron con todo en pos del empate. Manuel Neuer estaba con todas las antenas encendidas y les puso un candado. Los volantes del equipo alemán comenzaron a alzar la muralla para que no llegue el tanto que podría mudar la historia.
Hasta el minuto 22 no se sabía que iba a pasar. Entre nosotros comentábamos que iba a ser incierto hasta el final. Nuestro comentario interno era: «a prepararse porque esto va con alargue incluido». Pero, a partir de los 23′ los europeos comenzaron a disparar.
Implacables. Fríos. Calculadores. Los atacantes germanos aprovecharon cada oportunidad y antes de la media hora ya estaban 0-5.
Miraba a mis compañeras. Ellas sonreían nerviosas y, sin que les sugiriera nada, comenzaron a buscar todo tipo de meme, porque tras el quinto gol no paraban de reírse de ellos mismos.
-Nossa! Qué vergonha- (Dios, qué vergüenza) eran las palabras más utilizadas por las compañeras.
El famoso relator brasileño Galvâo Bueno llegó a decir cuando iban 5-0 abajo: «A no preocuparse, Brasil ya levantó un 5-0 en contra». Nadie en el estudio lo apoyó ni intentaron buscar material que apoye sus palabras.
Asombro y estupor era la palabra. La redacción que utilizamos para ese mundial comenzó a llenarse de brasileños cabizbajos, con los ojos llenos de lágrimas.
Al saber que nuestra transmisión era en español, ellos preguntaban cómo lo estaban tomando en Argentina. Les decíamos: «mirá, con el mismo estupor que tienen ustedes. Nadie puede dar crédito a lo que está pasando».
Tras el pitazo final hicimos una pausa los que estábamos en Curitiba y siguieron los de Buenos Aires. Se me ocurrió invitar a la gente que estaba allí con cervezas y a comer algo improvisado, pero se excusaron y prefirieron irse.
Salimos en un auto a un supermercado para comprar cervezas y carne para cenar. Estaba vacío. Apenas había gente, de rasgos alemanes, comprando. Se mostraban indiferentes.
En el barrio, a cada gol de Alemania, se oían petardos. En Curitiba hay una colectividad alemana importante.
«Él es periodista de Argentina», dijo una de mis compañeras con el fin de sacarle unas palabras a una señora que atendía la carnicería.
«Nunca deseé tanto haber sido haitiana. Ahí está, como soy negra, puedo pasar por haitiana», dijo en broma.
Un jovencito que estaba en la fiambrería confesó ser paraguayo, pero al hablarle en español entendió poco. «Vivo desde niño aquí y mi madre me habla poco en castellano. Al menos no estoy tan triste por el 7-1».
Fuimos a las cajas y era clima de velorio. Supimos sí, que destrozaron donde celebraron la FIFA Fan Fest, en la «Pedreira Paulo Leminsky». Que rompieron todo en el centro.
Al otro día la televisión local (de Curitiba) y la nacional, se encargaron de aplacar los ánimos e hicieron una campaña, con psicólogos en los estudios, contándole a la gente que «fue apenas un partido de fútbol».
Nosotros salimos a la calle a buscar testimonios. La gente no quería grabar notas, y al ver, que guardaba mi grabador, ahí sí dieron su punto de vista.
«Esto a los argentinos o a los uruguayos no les pasaba. Ni borrachos se comían siete. A lo sumo pierden 4-2, con nueve en la cancha y con cuatro alemanes lesionados».
«Sólo a los brasileros nos pasa. Nada de rebeldía. Sumisión total. Así somos».
Parecía día de luto nacional ese 9 de julio, es decir, el día después.
Marcelinho Witteczeck
@lostribuneros