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Dejando el fútbol de lado y algunas broncas que generaron los hechos de violencia durante el superclásico entre Peñarol y Nacional, podemos contar cosas maravillosas de una capital uruguaya que está con todo su esplendor.
Salimos a «patrullar» la ciudad con nuestro «Tribu-Móvil», donde recolectamos varias experiencias.
Estuvimos en el barrio La Unión, que según nos contaron, allí nació el Uruguay, ya que fue una de las primeras capitales. Dimos vueltas, pasamos por la escuela técnica (UTU) y nos mandamos, casi de cabeza, al hospital Pasteur.
Entramos al hospital, a la parte nueva, vimos algo que nos maravilló; hay orden y respeto por el paciente. La zona es la de consultorios externos y nos marchamos con una satisfacción tremenda. No hay aglomeración de personas, no existe el hacinamiento, cómo era por la década de los 90.
La informática y la buena predisposición política ayudaron a que, al menos, la gente humilde tenga una atención digna.
Salimos del Pasteur y fuimos a recorrer la Av. 8 de Octubre que está llena de locales comerciales. Hacía un calor tremendo, el sol abrasaba pero corría una brisita divina. Los comerciales son un verdadero lujo, son atentos, educados y serviciales. No se los ve de cara larga y siempre están predispuestos a colaborar, aún más, cuando uno no es del lugar.
Nos causó asombro cuando fuimos a cruzar la calle Cabrera y Larravide; nos paramos en una esquina y los coches comenzaron a frenar, nos hacían seña para que crucemos y lo hicimos. Esta escena se repitió en dos ocasiones más.
Seguimos con nuestro vehículo y salimos para el lado del este, no fuimos a Punta del Este ni mucho menos, sino que a las afueras de Montevideo. Es, verdaderamente, paradisíaco.
