El centro porteño es un desierto sí, pero lo es gracias a los controles policiales que trabajan sin desmayo para evitar la propagación de esta cruel enfermedad transformada en pandemia.
Es cruel lo que estamos viviendo. Es una suerte de guerra invisible. Debemos tomar conciencia. Para tomarte un subte no es pagar y entrar sino que debés acreditarte ante la policía, en caso de salir a «pasear un rato» llaman al móvil y te llevan arrestado directamente, no es chiste.
Nada de reuniones con amigos porque te convertís en el caldo de cultivo de esta peste. Ayer, uno de nuestros compañeros contó que cuando se dirigía a la radio, fue parado varias veces por los controles policiales y al demostrar que es periodista y que está cumpliendo funciones como tal, comenzaron a contarles, indignados, temas ligados a la negligencia.
Amigos que salen a comprar juntos como si nada estuviera pasando, otros que les responden «no es para tanto» o «están exagerando». El nivel de irritabilidad e indignación van creciendo en las fuerzas de seguridad a medida que pasan los días.
El agotamiento, la exposición, el pensar que al llegar a casa pueden contagiar a sus seres amados; nos contaba un policía que tiene un chico de apenas tres años y que éste es asmático. Entre lágrimas nos decía el hombre: «Mirá si infecto a mi hijo. Me muero».
Sucedió con una mujer policía apostada en el centro, que contaba que mandó para la casa a cuatro jóvenes que en banda iban a comprar bebidas y alimentos para «pasarla bien».
«Tiene que ir uno. Esto no es una fiesta. Está sucediendo algo gravísimo que puede costarnos la vida», relató la oficial que les dijo. «Tengo una nena chica, imaginen que si me contagian, contagio a mi pequeña, y directamente la pierdo porque iría a aislamiento», lamentó.
No es pavada y basta con mirar las noticias y lo que sucede a lo largo y ancho del globo.
@lostribuneros