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En este momento, es público y notoriamente doloroso que Sudamérica está arrrasada por la pandemia de coronavirus. No es tiempo para fútbol ni para juguetear con esos negociados tipo traer a Qatar o un River-Boca en Madrid. Sin embargo, entre la CONMEBOL y las autoridades brasileñas, se está armanndo una nueva edición de la Copa América en Brasil, segunda consecutiva tras la de 2019 ganada por el scratch.
Es decir que la respuesta a los más de 460.000 fallecidos y millones de contagiados en el vecino país es la de redoblar la apuesta. Qué nos importa el Covid, pensaránn los dirigentes nacionales (empezando por el presidente Jair Bolsonaro) y los del deporte. No, nos importa más la fiesta, y que Brasil se lleve otro título, que al menos sea más limpio que el de dos años atrás.
Legisladores y otras personalidades han alzado su voz contra la Copa, igual que integrantes de clubes. Es obvio que no se debe jugar, que es una locura más de la loca CONMEBOL, que el dinero y el marketing arrastran. Y que es un torneo mediocre, que de poco sirve para medir potencialidades, que está a años luz de la Eurocopa que se realizará casi en simultáneo. Primero venía todo bien con la quita a Argentina (por salud) y a Colombia (por estallido social) de la sede. Pero ahora esta designación repite errores del pasado, tan graves como poner en riesgo el bienestar físico de los futbolistas. Podría al menos haberse hecho en Estados Unidos, país ejemplo en todo y con una situación sanitaria casi normal. Pero mejor demos el gusto a Brasil que está colapsado de la enfermedad. Sí, el show debe continuar. La locura, parece, también.
Diego Martín Yamus.
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