Ser técnico campeón de dos torneos, en Argentina, en un grande como Boca Juniors, viniendo de la reserva y sin experiencia en Primera no es curriculum suficiente para continuar en el cargo. El pobre Sebastián Battaglia, que aparte es uno de los ídolos del club con todo lo que había ganado como jugador, debió irse injustamente del xeneize tras la triste eliminación de la Copa Libertadores el martes ante Corinthians por tiros desde el punto penal en la Bombonera.
Así de corto y contundente es el fútbol de nuestro país. Así seas Mennnnnnnnotti, Bilardo, Bianchi o Juan Pérez, se cae en esta perversa picadora de carne. Si ganás servís, si no te vas. Pasa con clubes chicos o grandes, con gente consagrada o con interinos de inferiores. Battaglia resucitó a un Boca que estaba mal (alguna vez en el fondo de la tabla) y aparte de conducirlo le hizo sumar dos vueltas más con la Copa Argentina 2021 y la reciente Copa de la Liga. Les dio continuidad a esos juveniles a los que pocos en Boca dan, y si bien perdió el gran objetivo del club, la séptima Libertadores, ayudó a que dejara una imagen a la altura de su historia copera. Pero esa tan naturalizada frase futbolera manda como precepto los resultados. Entonces, adiós aunque una buena imagen, adiós si sos buen técnico, adiós si sos ídolo.
El entrenador es muy importante en cualquier deporte y cualquier cuestión de la vida, música, arte, gimnasia, literatura. Es un líder, un capitán de barco, un maestro. Pero no lo es todo. Tiene que contar con su grupo de discípulos, en este caso los futbolistas. Esto no es tenis, un deporte individual, es de conjunto. Sin embargo, y como manda otro precepto futbolero (bastante peligroso) el primer fusible que salta es el técnico. Para Su desgracia, un grande del fútbol como Battaglia es echado porque sí. Si eso le pasa al técnico de Boca y doble campeón, qué queda para los demás. Lamentablemente, el sello del cada vez más mediocre fútbol argentino.
Diego Martín Yamus
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