Cuando un evento tan inmenso como el Mundial termina, deja nombres propios y comunes para poner en superficie. El de Rusia 2018 vaya que los dejó. El campeón Francia, la aguerrida Croacia, la potencia de Bélgica, la caída de Alemania y la penosa Argentina fueron las noticias de primera plana de este diario de 30 días.
Francia fue el campeón, legítimo como todos, pero no el mejor. Sólo con contundencia y mucha «suerte de campeón», válida por supuesto, pudo ganar sus partidos mano a mano y conseguir su segundo título, muy parecido en su estilo a aquel primerizo de 1998. Un talentoso (antes Zidane, ahora Mbappé), una defensa fuerte (antes Desailly o Blanc, ahora Varane y Umtiti), un equipo equilibrado y poco argumento ofensivo fueron las claves del triunfo, inesperado porque la selección azul era criticada y, hasta hace poco, al técnico Didier Deschamps no sólo lo querían echar, sino reemplazar por el propio Zidane.
Pero el campeón no fue la noticia más importante, según nuestro análisis, discutible por supuesto. Porque a la historia pasará Croacia, sus tres alargues, sus figuras y su esfuerzo, su tenacidad que casi le da un éxito histórico pero que le dio un segundo lugar único. Pasará mucho más aún Bélgica, el mejor once de la Copa, por juego, eficacia y versatilidad, unos verdaderos Diablos Rojos como los de los 80, con Eden Hazard (el mejor del certamen, aunque no haya sido el Balón de Oro) a la cabeza.
Y qué hablar de que pasarán a la historia los gigantes caídos al suelo. Sin duda el mayor es Alemania, tetracampeón brillante en Brasil que ahora se fue, luego de 80 años, en la primera ronda. Una humillación de la que se encargó el bajo nivel alemán y sus fuertes rivales: México y su gran 1-0, Suecia y su solidez, y Corea del Sur que lo remató de la peor forma, con dos goles en tiempo agregado y un triunfo sonoro. Aún con semejante resultado, Alemania salió igual campeón en seriedad: su técnico Joachim Löw sigue al frente por un rato más.
Porque en cambio, Argentina, que era el segundo de Alemania, volvió a aquellos años 60 y 70 de la improvisación, el caos, la incertidumbre, la desprolijidad. Un revuelto que terminó como debía, con una marginación en octavos de final generosa, cuando podría haberse ido en la primera fase contra Nigeria, como en 2002. Se deshizo todo lo bueno de la era Sabella en cuatro años de lo peor de nuestra vida futbolística, incluyendo para colmo a los más jóvenes. Y lamentablemente, la albiceleste y sus estrellitas de propaganda fueron noticia alrededor del mundo, pero por lo malo.
Hubo otros pequeños titulares que también le dieron forma a este Rusia 2018. Uruguay, otra vez la contracara de Argentina, quinto, serio, organizado. Suecia y Rusia, revelaciones inesperadas. Un renovado Inglaterra que llegó más lejos de lo pensado. Las tácticas de moda: el 4-2-3-1, la pelota parada y el contraataque. El videoarbitraje, uno de los pocos aciertos de la FIFA estos años. El fracaso de otros grandes muy inflados: Brasil, Portugal, España. El de los africanos, todos afuera en la primera. El avance constante de japoneses y surcoreanos. Los debuts de Islandia y Panamá, meritorios más allá de los números, incluso los nórdicos se atrevieron a empatarle a Argentina. El gran trabajo de Colombia y Perú, ambos con entrenadores señoriales como Pekerman y Gareca. Y, contrariamente a otros Mundiales, buenos espectáculos y muchos goles, un solo 0 a 0, más pactado que jugado, el de Francia y Dinamarca.
En suma, pasó el Mundial. Y como siempre, dejó mucho que decir. Y seguirá dejando. No habrá que esperar tanto como cuatro años y medio hasta noviembre de 2022 en Qatar. Porque siempre deja huellas imborrables en la memoria de todos.
Diego Martín Yamus.
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