¡Adiós! La mufa de los penales deja afuera a la selección Sub 17 del mundial

Doha, Qatar. Noche de viernes.

Una brisa tibia y traicionera corrió por el césped del Aspire Zone, llevando consigo el murmullo de una ilusión que acaba de romperse. La Selección Argentina Sub 17 ha bajado el telón de su Mundial con el sabor agridulce de un tango inconcluso, con esa melancolía porteña que se instala en el pecho tras una despedida prematura. Cayeron en los 16vos de final, no ante la superioridad, sino ante la fatalidad fría y precisa de los penales, inclinándose 5-4 ante México tras un épico 2-2 en el tiempo regular.

Fue un drama de cuatro actos, digno de una ópera trágica. El primer grito fue argentino, una pincelada de esperanza de Ramiro Tulián que abrió el marcador y encendió la bengala del sueño. Pero el destino, que a veces tiene acento mexicano, tejió una réplica feroz de la mano de Luis Gamboa, cuyo doblete se sintió como dos puñales que daban vuelta la página y ahogaban la voz de la albiceleste. El cronómetro se consumía, y el adiós ya se perfilaba como una sombra inminente.

Pero este equipo de pibes no conoce el libreto de la rendición. Sobre el filo del abismo, en ese instante donde la vida se juega a todo o nada, apareció Fernando Closter con un gol agónico. Un empate de pura garra, un grito que destrozó el silencio y mandó la definición a la ruleta rusa de los penales. Fue un empate que prolongó la agonía, pero que no pudo detener el desenlace.

“El fútbol es cruel, muchacho, tiene ese vicio de la vida: darlo todo para, al final, dejarte con las manos vacías.”

Y en la tanda fatídica, donde el corazón late al ritmo de la pena máxima, el destino eligió su víctima. El error crucial, ese único fallo que lo decide todo, fue el que apagó la luz de la ilusión mundialista.

La campaña, dirigida por Diego Placente, termina así: de golpe, con un nudo en la garganta. Dejan una estela de entrega y carácter, pero la hoja en blanco que lleva el título de «próximo rival» será llenada por México.

Argentina se despide de Doha con la frente en alto, pero con la mirada cargada de preguntas que solo el tiempo podrá responder. Vuelven a casa con una lección de vida: el fútbol, como el tango, a veces tiene un final triste. Solo queda el recuerdo de la lucha, el aplauso silencioso y la promesa de que, quizás, en la próxima melodía, la suerte esté del lado del sur.