Es increíble cómo el deporte y la política han ido de la mano, incluso en medio de sucesos de lo más trágicos. Alemania, hoy unificada, fue sin duda una de las naciones más tocadas por estas desgracias, como el atentado contra deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich. O en el mismo fútbol, cuando compitió en los primeros Mundiales con equipos integrados por austríacos, en plena anexión del país alpino. Hasta la ironía del destino quiso que en el Mundial germano de 1974 se enfrentaran ambas Alemania, la potente Federal luego campeona y la mediocre oriental, creadas a partir de otra triste obra de la posguerra como el Muro de Berlín. Hasta que éste fue demolido, las Alemania fueron una y la del este concluyó décadas de oscuridad en 1990.
Desde su primer cotejo oficial en 1952, un 0-3 amistoso de visita ante Polonia, el duramente apodado “campeón de los partidos amistosos” tuvo irrelevantes resultados en el balompié internacional, como que nunca jugó una Eurocopa. Y si ganaba era algún de preparación y ante un rival inferior. Sí se forjó una trayectoria en los Juegos Olímpicos con tres medallas: bronce en Tokio 1964, el gran oro de Montréal 1976 y la plata de la derrota con Checoslovaquia 0-1 en Moscú 1980. Esa fue su década más famosa, tanto que además pudo jugar su único Mundial, precisamente el de su entonces vecino occidental, a quien derrotó 1 a 0 en uno de los mitos de las Copas, lo que no lo llevó a la final porque además la desorganizada Argentina le igualó 1 a 1 en su despedida.
Casi 15 años más tarde, la gran nación europea fue sacudida por una real revolución que derivó en la caída del Muro. Mientras los políticos de la idea lo debatían, La selección que dirigía Eduard Geier peleaba casi sin chances uno de los dos lugares directos a lo que hubiera sido su última justa importante, la de Italia 90. Aquel 15 de noviembre, una semana tras la destrucción del Muro, Austria lo recibió en el viejo estadio Prater de Viena, con ambos empatados a siete puntos detrás de la Unión Soviética. Los germanos, tras mal comienzo con dos caídas ante Turquía, se habían arrimado venciendo a los soviéticos, pero nada pudieron hacer contra la eficacia de Anton Polster, que marcó un triplete para el 3-0 y la vuelta austríaca a una Copa.
Pero la reunificación alemana tardó en oficializarse casi un año, el 3 de octubre de 1990. Alemania Oriental jugó tres encuentros más: victoria 3-2 sobre el surgiente Estados Unidos, épico 3-3 ante Brasil de visita y su última función, el 12 de septiembre de ese 90 ante Bélgica en Bruselas. En el antiguo estadio Vandenstock, con el neerlandés John Blankenstein de árbitro, la despedida fue positiva 2 a 0 por los goles de Matthias Sammer, que luego sería exitoso con la unificada, a los 73 y 90 minutos. Esa tarde los alemanes formaron con Schmidt; Peschke, Wagenhaus, Schösler, Schwanke, Stubner; Sammer, Bonan, Scholz; Wosz y Rösler, otra vez con Geier de técnico; entraron Adler por Schmidt a los 90’, Böger por Stubner a los 25’ y Kracht por Scholz a los 85’.
Y se cerró así la vida de aquella segunda Alemania, varios de cuyos jugadores pasaron a la única: Sammer, Doll, Thom, el goleador Kirsten entre otros. Mas nunca siquiera le llegaron a los talones a las gloriosas tardes de Beckenbauer, Gerd Müllerr, Rummenigge, Voeller, Klinsmann, Brehme o Matthaeus. Porque además, unos meses antes éstos habían levantado la Copa del Mundo por tercera vez. Alemania tardó mucho en integrar gente de ambos ex lugares y sería recién en la Eurocopa de 1996 cuando lograrían un título. Allí volvieron a ser aquella grandiosa Alemania de antaño.
Diego Martín Yamus.
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