Uruguay que no ni noooooo

Cábalas y más cábalas. Mientras la mayoría de la banda tribunera estaba con los nervios de punta por la suerte de Argentina en el Sub 20, yo el Marcelinho, estaba silencioso y concentrado esperando el partido de mi querido Uruguay.

No hubo previa. Directamente, y por cábala, repartimos tareas pero hubo acuerdo para mencionar al pasar la participación de la Celeste ante Ecuador en una nota previa de Argentina – Venezuela.

Ese partido tuvo un significado muy especial para mí, ya que soy 33% uruguayo, aunque mi corazón futbolero es 100% Celeste. Nací en Curitiba, pero me crié en Uruguay. Volví de grande a mi tierra natal y luego me vine a la Argentina, donde llevo más de la mitad de mi vida. Pero, los recuerdos de pibe no se olvidan y uno es de donde se crió y no de donde nació.

Ese 7 de marzo de 1981 estaba en Montevideo -mi familia es una mezcla increíble de portugueses, españoles y africanos de habla portuguesa, y de un infiltrado de Europa del Este- estábamos en un barrio llamado Casabó, ubicado en la falda del famoso Cerro de Montevideo, faltaba un día para el comienzo de las clases. Uruguay debía vencer a Argentina para consagrarse campeón. Habíamos ido de visita a lo de unos parientes ese día. Jugábamos con arena con otros «botijas», estaba cálido, y teníamos la oreja todos en la radio, creo que fue la Universal. De pronto no parábamos de gritar ‘gol’. Los celestes le hicieron un impresionante 5-1 a una Argentina que vivía un momento increíble por ser campeón del mundo en mayores (1978) y en juveniles (1979), lo que le dio mayor jerarquía al resultado.

Esa reunión fue de lo más democrática porque había gente de varios equipos. Los botijas que jugaban con nosotros en su mayoría eran de Cerro y Rampla Juniors, aunque había, en minoría de Nacional y Peñarol, Liverpool y Progreso. Ese año fue fundamental para mí, porque tenía a mi padre y a mi abuelo materno pinchándome para que me haga de Peñarol, yo tenía 8 años, pero salió campeón El Tanque Sisley de la «B» y mi corazoncito de amarillo y negro (por imposición) pasó a ser verde y negro por sentimiento.

La cuestión es que ese día no hubo colores de clubes sino que existió, como hoy, un color solo: celeste.

36 años después la vida era otra. Mis abuelos fallecieron todos. Me encontré con que tengo hijas y sobrinos, todos porteños, pero una cábala no faltó en la redacción: NO MIRAR EL PARTIDO ni tampoco comentarlo.

Recién sobre el final, cuando vimos que no lo íbamos a «quemar» pasamos a tirar pequeños «flashes» hasta que el referí pitó.

Había euforia del lado argentino porque Colombia los clasificó y hubo euforia del lado oriental, bah el mío y de Mc Gyver, nuestro técnico, que mientras «resucitaba» una PC, alentaba a la celeste y nos dimos un fuerte abrazo al grito de «Uruguay, Uruguay».

Maldición rota

Redactora porteña en plena fajina.

Marcelinho Witteczeck
(Marceliño Bitechec se pronuncia)

@lostribuneros

 

 

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