¡Nosotros también hablamos de Schillaci!

No sabía que Schillaci estuviera en la cárcel y luego prófugo para terminar recapturado, pero sí recordaba sus goles que tan famoso lo hicieron en el mundo entero: El «Totó» Schillaci fue un groso.

Bueno, desde que comenzó el año, los medios argentinos de noticias convencionales no paraban un minuto de hablar de la fuga de los hermanos Lanatta y un tal «Schillaci».

Últimamente estoy con la cabeza en otra parte; en marte dijo uno, otro en la «luna de Valencia» y otro «en una nube», en fin.  Una vez que saqué la cabeza a la superficie, me enteré que unos individuos de apellido Lanatta y otro Schillaci estaban prófugos y que eran buscados por la policía. Mi mente, entonces, no se centró en lo que pasaba en el país, luego de todo, en este país tan enorme pasa de todo; inundados que pasaron al olvido; un gobierno que recién asume; gente feliz; gente disconforme; un largo mes falta para el comienzo del campeonato…

Al oír la palabra Schillaci vino a mi mente aquel siciliano, con cara bien de «tano», bajo para ser delantero de área, pero que pasó del anonimato para convertirse en una leyenda.

Para el Mundial de 1990 no había, ni por las tapas, la facilidad de recibir información que existe hoy en día; te enterabas de todo de acuerdo a lo que te informaban los medios de comunicación del país dónde vivías. Era raro saber, como hoy, quién era quién.

Italia ’90 había sido hecho para que la azzurra se alce con su cuarto trofeo, pero una sorprendente Argentina se les cruzó por el camino y les arruinó la fiesta. Harina de otro costal.

Un desconocido para el mundo, y hasta para los italianos, se convirtió en celebridad; Salvatore «Totó» Schillaci había sido citado al seleccionado porque el holandés Ruud Gullit, que jugaba en la Serie A, lo recomendó al seleccionador azzurro Azeglio Vicini. 

El «Totó» era el último orejón del tarro. Aldo Serena, Gianluca Vialli y Andrea Carnevalle eran las estrellas del equipo, por lo que era impensado que el siciliano, que en ese momento tenía 25 años, iba a tener un lugar en la oncena principal.

La fortuna le llegó a Schillaci. Los atacantes estaban apagados y la gente en las tribunas reclamaba porque el gol no llegaba. Vicini optó por mandarlo al campo; el «Totó» en sólo 3′ liquidó la brega gracias a un gol de cabeza e Italia le ganó a Austria.

El poder anímico que generó en el equipo le dio rápidamente la titularidad. Vicini lo incluyó en su escuadra desde el vamos y el atacante no paró de hacer goles.

Schillaci anotó media docena de tantos y terminó siendo el goleador del Mundial.  Fue su momento glorioso e inolvidable, ya que luego, aprovechando su «dulzura», pasó de la Juventus al archirrival Inter, dónde jugó apenas una temporada para radicarse hasta el fin de su carrera, en 1999, en tierras japonesas.

El «Totó», más allá de sus goles, tenía un carisma imponente; era del tipo atacante de barrio, esos que técnicamente eran malos, pero que le ponían tanta garra que terminaba entrando por la piel.

Fue campeón de la Copa Italia y la Copa de la UEFA (hoy Europa League) con Juventus. Recibió el «Botín de Oro» y el «Balón de Oro». 

Fede Angostini
@lostribuneros

 

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