Historias increíbles de un fútbol exótico

Por Pablo Aro Geraldes y Fernando De Lucchi, Revista La Revancha de noviembre de 1993

Los jugadores argentinos que, con el objetivo de hacer una buena diferencia económica, aceptan irse a países donde uno ni siquiera se imagina que existe el fútbol. Y en Sudáfrica, Turquía o Israel entre otros, viven historias inolvidables (para bien o para mal) y se dan cuenta que no todo lo que brilla es oro.

Según una encuesta realizada por la revista colección deportiva en 1991, 9 de cada 10 futbolistas expresaron su deseo de atravesar las fronteras del fútbol criollo. Algo más del 70% eligió Italia o España para su experiencia en el exterior. Sin embargo, lejos de sus cálculos, muchos debieron probar suerte en los rincones más insólitos o desconocidos del planeta y han regresado con sus valijas llenas, no siempre de dinero, pero sí de curiosas anécdotas:

Fernando Kuyumchoglu recaló en el Ethnikos de El Pireo, en Grecia, donde la gente vive este deporte como una verdadera pasión. Pese a pertenecer a una familia griega y manejar el idioma, las cosas resultaron difíciles: «al partido siguiente de convertir dosgoles y servir otro – cuenta – me mandaron al banco, y en el próximo ni figuré. La respuesta que me dio el técnico fue que los goles que hice eran fáciles de hacer».

El ex volante de platense sufrió en carne propia el poco afecto que los griegos profesan a los extranjeros: «en mis primeros días en Grecia, recibí llamadas de mis compañeros, en lo que entendí un gesto amistoso, hasta que comprobé que, mandados por el técnico, lo hacían para controlarme», recuerda Kuyumchoglu.

Que los japoneses son de baja estatura es por todos conocido. Pero enorme fue la sorpresa del cordobés Víctor Hugo Ferreyra cuando, tras su primera práctica con el Mitsubishi, se dirigió a las duchas y las encontró a un metro y medio del piso. Desprovisto de ropajes, buscó sin éxito a su traductor, hasta que «con señas me mostraron cómo debía bañarme y me trajeron una palangana y un banquito».

Otro de los problemas que sufrieron Marcelo Trivisonno y Ferreyra en la tierra del sol naciente fue el de no poder siquiera leer sus nombres en los diarios. Sus compañeros les descifraron los «jeroglíficos» y «a cambio les enseñamos a tomar mate, que ellos rebautizaron matecha», comentó el jugador de Belgrano de Córdoba.

Hasta Australia llegó Walter Calbanese, uno de los delanteros mellizos de San Lorenzo. Sus primeros días no le auguraron una buena estadía en el Wollongong: «Cuando bajé del avión, luego de 10 horas de vuelo, me estaban esperando… para entrenar».

Después del debut, las cosas no cambiaron mucho. «Ni bien empezó el partido, un rival me tomó de los pelos y me tiró contra el alambrado. Me dije: «o me voy pronto de acá o me desarman».

Si pese a organizar el próximo mundial, Estados Unidos vive el soccer con indiferencia, menor es entonces el entusiasmo que despierta en la vecina Canadá, donde se juega sin rasgo alguno de nuestra característica picardía.

El mismo Walter Calbanese, jugando en el Supra Montreal, hizo alarde de la viveza criolla, contando con la complicidad de un árbitro latino: «Perdíamos 3 a 1 con Edmonton -el equipo más fuerte- y al referí lo volví loco pidiéndole que nos ayude. Faltando 10 minutos me dice: «hacé una jugada medio peligrosa que te cobro penal». Siguió el consejo y al final empataron 3 a 3.

Ankara, capital de Turquía, fue el punto de partida de la pesadilla que Jorge Rinaldi -ex San Lorenzo, boca y River- debió soportar. La poco tentadora comida de las concentraciones y el precario departamento que le asignaron aceleraron la añoranza de Buenos Aires cuando recién cumplía uno de sus dos años de contrato.

Ante la negativa del presidente del Genclerbirligi -el club que lo contrató- a devolverle el pasaporte que le había retenido, debió recurrir a la embajada donde obtuvo uno provisorio. «Hasta el momento de subir al avión nos persiguió la policía dada la gran influencia del presidente», cuenta Rinaldi. Luego, casi milagrosamente y recordando la famosa película Expreso de Medianoche, el jugador y su apoderado Osvaldo Rivero lograron escapar.

Del fútbol, «profesional, pero de mentalidad amateur», tampoco tiene buenos recuerdos, aunque a la distancia sonría al comentar que «luego de perder el clásico con Ankaragucu, nuestro técnico desapareció. Recién volvió, sin dar explicaciones, al jueves siguiente».

Próxima a Tel Aviv y alejada de las calientes fronteras palestinas se encuentra Kfar Sabah, en Israel. Allí aterrizó Oscar Garré, para su sorpresa, rodeado de judíos, cristianos y musulmanes, todos custodiados por oficiales del ejército. «Tuvimos que jugar con el Apoel Jerusalén en el barrio más religioso y esa fue la única vez que vi a los judíos ortodoxos en una cancha». La curiosidad obedece a que los sábados (jornada que se juega al fútbol) son tomados por los judíos como día de recogimiento: «Desaparecen el viernes y se la pasan rezando hasta el domingo, que es cuando comienza la semana», completa el jugador.

La liberación de Nelson Mandela hizo que en Sudáfrica la convivencia de negros y blancos fuera más llevadera. Cierto bienestar económico posibilitó que sus clubes buscaran talento en nuestras tierras. Así, alentados por un dinero que nunca les llegó, Diego Monárriz, Osvaldo Nartallo y Manuel Aguilar dejaron San Lorenzo y cruzaron el Atlántico. Allí encontraron algo más parecido a Shaka Zulu que al fútbol profesional. El mismo Monárriz cuenta que «antes de los partidos, el utilero ponía todas las camisetas, pantalones y medias en un tacho con un líquido misterioso, y a su alrededor prendían inciensos que los jugadores negros olían y condimentaban con pases mágicos. Luego, debíamos jugar con la ropa húmeda».

Diego Martín Yamus.
diegoanita@hotmail.com.ar

@lostribuneros

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